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Opinión

En plena crisis financiera del 2008, iniciada y gestada en el corazón de los Estados Unidos de América (EE.UU), Wall Street, los expertos hacían apuestas por el derrumbe del dólar. Se hablaba entonces de una moneda universal diferente, conformada por una canasta de divisas que incluía el yen, el euro y la libra esterlina. Los economistas dividieron sus opiniones. Así, mientras los más extremistas hablaban de un nuevo orden económico, en el que EE.UU. dejaba de ser la primera potencia mundial y era rápidamente reemplazada por Alemania y China, otros apostaron por la recuperación norteamericana y plantearon como hipótesis que esta podría ser un poco lenta. Han pasado siete años y una combinación de políticas monetarias claramente expansivas y arriesgadas. La Reserva Federal (FED) apostó, sin duda alguna, por inyectar dinero en la economía y lentamente empezó a dinamizar el consumo y el gasto corriente.

A pesar de que se discutió el canal a través del cual se otorgaba el dinero, pues fue a través de los bancos que habían sido los principales causantes de la crisis, el gobierno complementó este ejercicio con acciones de política fiscal decididas y el presidente Obama lidero, además, una reforma completa del sistema de cobertura de salud, el Medicare.

Pero no solo eso. EE.UU. trabajó en uno de sus grandes cuellos de botella, la dependencia energética que tenía del petróleo y que hacía peligrar su capacidad y velocidad de recuperación, en la medida que el crudo explicaba casi el 35% de sus fuentes. Dedicó millones de dólares a la inversión en energía basada en el shale gas. Así, hoy compite con los precios más bajos de la región y es, además, una fuente energética menos contaminante que el petróleo y sus derivados.

Hoy vemos los resultados de tremenda faena. Hace meses que el mundo vive pendiente del incremento en la tasa de interés de referencia que eventualmente anunciará la FED. Este aumento de tasas acentuará el flujo de capitales hacia esta economía, que ha demostrado ser fuerte en los momentos de crisis.
Este despegue se podría analizar desde muchos puntos de vista, pero, en mi opinión, hay dos temas claves. De un lado, la confianza del consumidor en sus autoridades, que es una pieza clave –si no trascendental– para el tránsito de semejante bache. Y, de otro lado, la permanente inversión en innovación, que ha sido el motor del desarrollo y que hace que las primeras universidades en el ránking mundial sigan siendo norteamericanas.


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