23.NOV Sábado, 2024
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Opinión

Hay promesas que se expresan sabiendo que no se van a cumplir. Hay otras que hacemos seguros de que sí las vamos a cumplir, aunque luego fallemos estrepitosamente en el intento. Hay promesas oportunistas. Hay promesas piadosas y hay promesas peligrosas.

De estas últimas nos vamos a ocupar hoy. Todos sabemos que, durante las campañas electorales, los candidatos son capaces de prometer casi cualquier cosa.

Sin embargo, hay promesas que buscan perfilar una candidatura de manera distinta. Que buscan posicionar al aspirante al cargo como alguien que piensa diferente de los demás, que se comportará de otra manera. La postura del entonces candidato presidencial Ollanta Humala con respecto a la minería, allá por el año 2011, era una de esas promesas fundamentales. Peligrosas.

Cuando Humala recorría el Perú jurando que haría respetar la palabra de los agricultores, que le pondría un pare a la inversión minera, que no dejaría que el oro o el cobre contaminaran los ríos, estaba dibujando un perfil de candidato frente a una población que no encontraba ese discurso en nadie más.

Estaba ofreciéndose como única alternativa frente a un electorado que no hallaba en otras propuestas ese respaldo que era lo que estaba esperando.
¿Se puede rehuir una promesa de esa naturaleza sin que se arme un pandemonio? ¿Cómo pretende la señora Ana María Solórzano, que en el año 2011 marchaba con un letrero de “no a la minería”, poder convencer ahora a los arequipeños de que Tía María va?

Ollanta Humala dejó de lado muchas cosas que ofreció en campaña, pero para abandonar esta promesa peligrosa debió tener un plan de acción. Una fórmula que le permitiera acercarse a la población desde su nuevo discurso.

Pero no. Simplemente tomó otro rumbo y, en el cambio de ruta, se llevó de encuentro a miles de hombres y mujeres que confiaron en él, e impidió millones de soles en inversión que hoy necesitamos para seguir creciendo.


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