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Opinión

Una tarde de noviembre de 2000, el pueblo francés se quedó estupefacto al ver los titulares del diario Le Monde. El anciano general Paul Aussaresses, quien había sido el jefe del servicio de inteligencia durante la guerra de Argelia, admitía públicamente que había torturado y asesinado a numerosos insurgentes. No era una confesión tardía de alguien que se arrepiente al final de su vida. Por el contrario, el militar insistía en que no tenía ningún remordimiento. Y, peor aún, señalaba que los altos mandos habían estado al corriente de esas prácticas y que, incluso, el poder político las había tolerado. Según su testimonio, el ministro de Justicia de aquella época, François Mitterrand, futuro presidente de la República, sabía lo que ocurría. A fines del siglo XX, la tortura en Argelia continuaba siendo un tema tabú en Francia.

He recordado este suceso al leer la estremecedora novela de Jerôme Ferrari, Donde dejé mi alma (2010; Demipage, 2013). Su protagonista es un capitán que ha sido miembro de la Resistencia y combatiente en Indochina, un hombre de honor que, al ser destinado a Argelia, por entonces en plena lucha independentista, debe enfrentarse a una vieja forma del horror: la tortura. El autor da cuenta del paulatino derrumbe de sus convicciones morales, a medida que sucumbe ante la feroz maquinaria de la guerra sucia. Su debacle personal se agrava irremisiblemente cuando se percata de que incurre en los mismos actos abominables a los que fue sometido por la Gestapo.

Jerôme Ferrari se ha atrevido a hurgar en una herida aún no cerrada de la historia de Francia, lo que hace con una lucidez despiadada y evitando cualquier maniqueísmo. Dueño de una prosa impecable e incisiva, sobresale por su capacidad psicológica para analizar la sevicia y degradación humanas. Diestro para enhebrar una trama compleja en la que confluyen diversas voces y planos temporales, consigue darle a su historia una rara densidad.

Nacido en París, en 1968, Ferrari se licenció en Filosofía. Luego se trasladó a la tierra de sus padres, Córcega, donde se desempeñó como profesor de liceo. Su sexta novela, El sermón sobre la caída de Roma (2012), mereció el premio Goncourt.

En cuanto al infame Aussaresses, después de la batalla de Argel, se volvió una autoridad en tácticas de interrogatorio y tortura. En los años sesenta, instruyó a las fuerzas estadounidenses que operarían en Vietnam. En la década siguiente, en Brasil, impartió sus siniestros métodos a los servicios de inteligencia de las dictaduras latinoamericanas. El general murió de causas naturales, a los 95 años, en diciembre de 2013. Nunca se retractó.


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