23.NOV Sábado, 2024
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Opinión

La desaparición de Christopher Lee, el actor británico que encarnó a Drácula en una docena de películas, nos ha traído de vuelta un mito casi tan antiguo como el hombre. Porque, a diferencia de lo que se cree, el vampiro no es un producto de la imaginación artística. Su existencia milenaria puede rastrearse en el folclore de varias culturas, tanto en aquellas que florecieron en Mesopotamia, Egipto y China como en las que surgieron en Europa y América. La leyenda en torno a estos monstruos hematófagos se menciona incluso en la Biblia, donde Lilith –según la tradición judía, la primera mujer de Adán– es transformada en un demonio que se nutre de la sangre de los recién nacidos.

El vampiro, al igual que el licántropo, es una figura arquetípica del inconsciente colectivo. Actúa como un parásito que succiona los hematíes de su presa para arrebatarle la vida y acceder a la inmortalidad. Sus hábitos suponen una inversión perversa del ritual de la comunión, que promete la eternidad a los fieles que comen el cuerpo y beben la sangre de Cristo. Por tanto, el vampiro simboliza el mal, el mundo de las sombras infernales. De ahí la fuerza que el mito adquiriera en tierras europeas, en una época en la que la religión cristiana regía el destino de los hombres. La peste y otras epidemias eran atribuidas a este engendro sobrenatural. En el siglo XVIII, la desesperación de los pobladores motivó que se profanaran tumbas de presuntos vampiros para incrustarles una estaca afilada en el corazón.

El novelista irlandés Bram Stoker aprovechó estas creencias para crear a Drácula en 1897, pero también se basó en un personaje histórico: Vlad Tepes (1431-1476), príncipe de Valaquia conocido como “El empalador” o Vlad Draculea, es decir, hijo del dragón o demonio. Dado su carácter sanguinario, fue un modelo perfecto para Stoker, quien le daría un nuevo impulso a una rica tradición literaria, pues el vampirismo ya había sido abordado por autores de la talla de Goethe, Hoffman, Dumas, Gógol, Poe y Baudelaire.

Con la llegada del cine, los vampiros inundaron las pantallas y propiciaron un género que sigue vigente hasta nuestros días. Desde Nosferatu (1922), de F. W. Murnau, obra maestra del expresionismo alemán, se han hecho innumerables películas sobre el tema. Se estima que Drácula es el personaje literario más representado en el cine. Entre los actores que han asumido el rol, Christopher Lee es el favorito de los espectadores. Nadie ha resultado tan siniestro y escalofriante. Además, ahora se ha vuelto inmortal.


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