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Opinión

Periodistas malintencionados los hay en todos lados, incluso en el New York Times, donde ha aparecido una información falaz y denigrante sobre Mario Vargas Llosa. ¿Cómo se explica que un diario que privilegia la veracidad y ha hecho de la verificación de datos una condición esencial del buen periodismo propague dicho infundio? De ahí que el Premio Nobel enviara una dura carta a la redacción y esta haya tenido que reconocer la gravedad de su error y su negligencia por no haber comprobado una información que, a todas luces, era controvertida. En su respuesta, los editores aceptan que su uso contradice “los estándares periodísticos de The New York Times” y que “no debió haber sido incluida en la reseña”.

Todo sucedió a raíz de un comentario de la edición en inglés de La civilización del espectáculo, firmado por un tal Joshua Cohen (Book Review, 17/8/2015). Entiendo que a algunos lectores del Premio Nobel les parezca incongruente su liaison sentimental con la figura emblemática de una popular revista del corazón, medio al que ha cuestionado en su polémico ensayo sobre la decadencia de la cultura. No obstante, conviene puntualizar que un crítico serio no puede valerse de este argumento para descalificar una obra, por cuanto escapa del discurso literario y supone un juicio moral sobre la conducta del autor. Peor aún, el señor Cohen recurre a datos falsos para apuntalar sus discrepancias y acusar de hipocresía a Vargas Llosa. Así, sostiene que este ha sacado provecho de su romance con Isabel Preysler –a quien denomina La Perla de Manila– al haber vendido una historia y fotos exclusivas de la pareja a la revista Hola por 850,000 euros. En su carta, un Vargas Llosa justamente indignado no solo rechaza de plano dicha afirmación y la condena por “calumniosa y pérfida”, sino que confiesa haberse quedado “atónito al saber que este tipo de chismes puede tener cabida en una publicación tan respetable”.

La celebridad de los novelistas suele acarrear tantos beneficios como inconveniencias. Vargas Llosa ha estado demasiado expuesto al público durante su carrera, lo que ha generado el equívoco de que cualquier hijo de vecino se sienta autorizado a inmiscuirse en su vida privada. En el Perú, triste es decirlo, hay un sector maldiciente que se regodea en el chisme y pretende utilizarlo para denostar al escritor. Una actitud que, por cierto, se asemeja a la del artero cronista de The New York Times.

Por lo demás, me resisto a ahondar en una situación que es de índole personal y que afecta al entorno familiar. En cualquier caso, lo que debe importarnos es lo que escribe Vargas Llosa y no sus avatares pasionales. En otras palabras, este asunto no nos concierne.


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