23.NOV Sábado, 2024
Lima
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Opinión

“Si desea revivir esta tragicomedia, puede acudir al teatro Larco, donde el autor y el director lograron una puesta en escena vibrante”.

Guillermo Niño de Guzmán,De Artes y Letras
Escritor

El reciente estreno en Lima de la obra de teatro “Un fraude epistolar”, escrita por Fernando Ampuero y dirigida por Giovanni Ciccia, nos trae de vuelta un curioso episodio de engaños y desengaños que tuvo como protagonistas al poeta español Juan Ramón Jiménez, quien fuera galardonado con el Nobel en 1956, y a dos jóvenes peruanos con veleidades literarias, el liróforo y político José Gálvez Barrenechea y el abogado y cronista Carlos Rodríguez Hübner.

Todo comenzó en 1904, cuando Gálvez y Rodríguez maquinaron una travesura para procurarse un libro de poemas que Juan Ramón había publicado en España. La idea era escribirle solicitándole un ejemplar, pero, como temían que su petición fuese ignorada, se les ocurrió adoptar la identidad de una presunta admiradora. Sin embargo, en lugar de inventar un nombre, recurrieron al de una prima hermana de Rodríguez, Georgina Hübner, aunque sin su consentimiento. Y, para hacer más convincente la añagaza, se valieron de la fina caligrafía de una amiga. La carta fue concebida con tal destreza que el poeta mordió el anzuelo.

Por entonces, Juan Ramón tenía 23 años y ya llamaba la atención con sus versos modernistas. Frágil e hipocondríaco, había sido internado en un sanatorio en Francia a raíz de un colapso nervioso. Era un enamoradizo incorregible y la misiva de la limeña encendió sus ánimos. Respondió a vuelta de correo y sus afectuosas palabras incitaron a los impostores a seguirle la corriente, lo que no tardó en desencadenar una apasionada correspondencia. Por un tiempo, el intercambio resultó divertido, pues ponía a prueba el ingenio de los embaucadores, pero el asunto tomó otro cariz cuando el poeta declaró su amor a Georgina Hübner y le anunció que abordaría el primer barco para ir a verla. Asustados, Gálvez y Rodríguez decidieron ‘matar’ a la joven admiradora (le infligieron una tisis galopante). Poco después, Juan Ramón recibió un telegrama del cónsul del Perú en Madrid, quien le comunicaba la muerte de Georgina Hübner.

El poeta quedó devastado y escribió una hermosa elegía titulada “Carta a Georgina Hübner en el cielo de Lima”, que incluyó en su libro Laberinto, en 1913. Pero las cosas no acabaron allí. Alguien se atrevió a contarle la verdad a Juan Ramón, quien, indignado, ordenó que retiraran el volumen del mercado. Más aún, excluyó los conmovedores versos en las posteriores recopilaciones de su obra, pese a tratarse de un extraordinario poema de amor. Solo recapacitó al final de su vida, cuando admitió: “Sea como sea, yo he amado a Georgina Hübner, ella llenó una época de vacío mía, y para mí ha existido tanto como si hubiera existido. Gracias, pues, a quien la inventara”.

Hoy, si usted desea revivir esta tragicomedia, puede acudir al teatro Larco, donde el autor y el director, junto con un entusiasta elenco, han logrado una puesta en escena vibrante, colorida y muy entretenida. El original tratamiento de la anécdota y el imaginativo despliegue de recursos son una prueba más del ‘boom’ actual del teatro peruano.


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