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Opinión

“Revolucionó el periodismo local, creó un estilo particular de presentar la noticia, donde la fotografía no era un mero complemento”.

Guillermo Niño de Guzmán,De Artes y Letras
Escritor

Una extraña paradoja caracterizaba a Enrique Zileri (1931-2004): su difícil relación con las palabras. Como periodista estaba acostumbrado a lidiar con ellas, a sopesarlas y elegirlas para articular un discurso eficaz. Sin embargo, cuando hablaba era frecuente que se embarullara, que tropezara como si le faltara el vocabulario adecuado, y entonces movía la cabeza y las manos en gestos de impotencia, mientras porfiaba por atrapar los vocablos le eran esquivos. Sin duda, el lenguaje oral no era lo suyo, pero tampoco le hacía falta. Ante todo, fue un auténtico hombre de prensa, uno de los últimos sobrevivientes de una vieja manera de ejercer el oficio que exigía un dominio completo del mismo. Es decir, no solo contaba con una visión panorámica de la realidad sino que era multifacético, capaz de desempeñarse en áreas tan diversas como la redacción, la edición, la fotografía e, incluso, el diseño y la diagramación.

No recordamos haber leído muchas notas firmadas por él, aunque sé que había sobresalido como un reportero incisivo y acucioso. Sin duda, prefería escribir sin revelar su autoría y, con mayor frecuencia, editar los textos de su equipo de periodistas, para darle ese toque personal que diferenciaba a su revista de las demás. Zileri carecía de ese afán de lucimiento que desespera a muchos de sus colegas y, quizá por ello, no se esmeró por tallar una prosa con sabor literario. Sus objetivos eran otros. Su pasión por el periodismo estaba estrechamente ligada a su carácter independiente y a su vocación democrática. Su vida fue una constante batalla en la que afirmó sus valores y convicciones sin temer las consecuencias, lo que le costó la cárcel y el destierro.

Zileri venía de las canteras de la publicidad en una época trabajó en McCann Erickson y, cuando tomó las riendas de la revista que fundaran su madre, Doris Gibson, y Francisco Igartua, le dio un impulso distinto. No hay que olvidar que el nombre de Caretas cuenta con un subtítulo muy significativo: Ilustración Peruana. De ahí que Zileri le concediera una importancia decisiva a la cobertura gráfica. En ese sentido, revolucionó el periodismo local, pues creó un estilo particular de presentar la noticia, donde la fotografía no era un mero complemento del texto sino coprotagonista por derecho propio. Además, se distinguió por su ingenio y frescura a la hora de acuñar titulares y leyendas, habilidad que delataba su pasado de creativo publicitario.

El otro elemento fundamental en su vida y en Caretas fue el humor. Zileri detestaba las formalidades y su alergia a la solemnidad se extendió, con mucho acierto, a su revista. La ironía, la mordacidad y la ocurrencia serían los catalizadores esenciales de una forma de hacer periodismo que combinaba agudeza con irreverencia, denuncia con sátira, veracidad con picardía. Gracias a él, Caretas ha sido un testigo crucial de la historia peruana durante más de medio siglo. Por lo demás, en el terreno personal, lo recordamos como un amigo muy vital y generoso, con el que compartimos algunas jornadas memorables.


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