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Opinión

Sorprende el enorme crecimiento del Perú en los últimos 20 años, pero ¿entendemos acaso qué lo causó o cuáles son sus límites?

Roberto Abusada,Uso de la palabra
Economista

Sorprende el enorme crecimiento del Perú en los últimos 20 años, pero ¿entendemos acaso qué lo causó o cuáles son sus límites? En realidad, este fenómeno ha tenido muchas causas. La mayor parte de ellas han sido accidentales y en las que el actor claramente ausente ha sido el Estado.

Que el Estado haya sacado la mano de muchas áreas que antes quería controlar explica, sin duda, buena parte del boom económico. Las reformas económicas de los noventa consistieron básicamente en retirarse del manejo de cosas ajenas a su función principal. La liberación de las fuerzas del mercado originó el surgimiento y crecimiento continuo de empresas privadas, y desencadenó el ingenio y la iniciativa productiva de millones de compatriotas que el Estado nunca tuvo en consideración.

Es así como creció esa llamada actividad informal que, si se la mira cuidadosamente, ha impulsado de manera insospechada a la economía en los momentos que más se necesitaba, evitando al mismo tiempo mayor pobreza y conflicto social.

Pero, mientras la economía se liberalizaba, el monstruo burocrático se reagrupaba sin freno alguno para, de manera gradual pero imparable, ir ahogando el proceso de la creación de riqueza.

Ahora el Estado quiere encauzar mejor todo ese impulso creador de riqueza, pero no sabe cómo hacerlo. Se queja de la baja productividad al interior de la actividad informal, pero no atina a aceptar fórmulas sencillas que aumenten los beneficios de ingresar a la formalidad. Nos quejamos de la minería informal de costa y sierra, pero el Estado solo sabe recurrir a poner requisitos incumplibles y a la torpe represión que crea más pobreza y resentimiento.

En realidad, tenemos un Estado ignorante que pocas veces se entera de cómo es el país que tiene que gobernar o tiene que surgir alguien que le explica dónde está parado. Así ha sucedido gracias a los trabajos de Matos Mar, Richard Webb, Rodolfo Arellano o Hernando de Soto. Aun con esas “revelaciones” es tan disfuncional que no sabe cómo actuar en consecuencia. Se muestra muy hacendoso en privatizar la recaudación de impuestos a la actividad formal creando ingeniosos sistemas de percepciones y retenciones. Pero no se le ocurre formalizar a los 200 mil mineros de socavón de costa y sierra promoviendo la creación de plantas de beneficio de minerales, donde en un solo lugar podría controlar toda la actividad minera artesanal. Tampoco atina a crear un sistema simple de inserción laboral para jóvenes que les permita capacitarse en empresas formales sin imponer a estas costos de despido absurdos.

Apena presenciar el sainete de un poder del Estado empeñado en despedir a un ministro inteligente y capaz. Nuestros congresistas podrían dedicar todo ese tiempo, por ejemplo, al estudio de la Encuesta Nacional de Hogares y el último Censo Agropecuario para contribuir a mejorar un Estado que no solo es ignorante y ausente, sino también indolente.


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