Muchas personas en el transcurso de su vida buscan de alguna manera resolver o cambiar partes de su cuerpo porque sienten que no complementan bien su imagen. Existen muchos tratamientos sin el menor riesgo para la salud, como la aplicación de toxina botulínica, de un relleno o un simple régimen de alimentación para bajar grasa corporal, mientras por otro lado hay tratamientos más invasivos, como colocar una prótesis de mama, una lipoescultura, rinoplastía, dermolipectomia, entre otros. Ahora me pregunto, ¿en qué momento un tratamiento estético puede ser tan recurrente que se vuelva una obsesión? Pasa en forma frecuente, primero que muchos pacientes pierden el temor a la anestesia, en el caso de los tratamientos quirúrgicos y posoperatorios que algunas veces son molestosos y resuelven algún detalle de su anatomía, pero no quedan siempre 100% satisfechos, y regresan nuevamente donde el médico, quien debe evaluar y ver si es el momento para tratarla nuevamente. Es necesario además que la historia clínica tenga información del perfil psicológico de los pacientes, así como el tipo de medicación que recibe en el posible caso de alguna patología de fondo. Es importante que el profesional sepa poner un límite a los cambios en la fisionomía de la persona, ya que puede alterar su identidad y eso dejar de ser estético y pasar a ser algo raro, si se podría decir así. Es importante también darle una buena expectativa de resultados para saber hasta dónde se puede mejorar la apariencia y no dar falsas aproximaciones que el paciente pudiera asimilar mal y que vaya en contra de su autoestima. Con esto quiero decir que la genética de cada uno cumple un rol importante en el resultado final que se busque.
Somos nosotros los médicos los encargados de poder llevar de la mano a nuestros pacientes por un camino hacia una mejora en la calidad de vida y por qué no en la imagen. Siempre con la premisa menos es mejor, para así tener mejores resultados.
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