26.NOV Martes, 2024
Lima
Última actualización 08:39 pm
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Opinión

“Espero que el Perú no tenga que elegir entre una dictadura y una corrupción”, dijo Mario Vargas Llosa. Cuando leí sus declaraciones las sentí despectivas, alejadas, como si no se tratara de su país, como si sintiera que no es su patria.

Quizá la lejanía, el mundo en el que se desenvuelve, lleno de lujos, reflectores y atenciones, como consecuencia de su Nobel –bien merecido por cierto– y su reciente noviazgo, han hecho que ya no se sienta tan peruano.
¿Cuándo la madurez se impondrá al odio? ¿Cuándo aprenderemos a respetar las voluntades y aceptar que la verdad no es monopolio de nadie? Las preferencias electorales son el reflejo de la voluntad de las mayorías, estemos o no de acuerdo. Y mal hacemos cuando tratamos, a consecuencia de odios y rencores, tratar de dirigir o influir en la voluntad de la gente.

Una cosa es estar a miles de kilómetros de una realidad y opinar irresponsablemente, y otra es sufrir las consecuencias de desacertadas políticas de Estado y de gobierno, como las que pasamos hoy en nuestro país. En el 2011, MVLL, para la segunda vuelta, no tuvo reparo en opinar e influir en el electorado para apoyar la candidatura del actual presidente, pero hoy no admite su error, y vuelve a tratar de influenciar en la opinión de los peruanos. No aprendió la lección.

Ante ello, dispara sus misiles contra la primera opción electoral para el 2016 como es Keiko Fujimori, y contra el ex presidente Alan García, quien hizo un buen gobierno en el quinquenio pasado.

Si algo necesitan nuestras nuevas generaciones es que tengamos líderes –no solo políticos– en todas las disciplinas; que transmitan esperanza y enseñanzas para que cuando les toque administrar el poder lo hagan con buenas prácticas, desterrando el odio y la venganza. Hemos sido testigos, durante los últimos 25 años, de cómo el odio y la política constituyen una ecuación nefasta para la salud de la nación. Es fácil criticar con resentimiento. Sería mucho mejor admitir los errores, y dejar que la población decida sin intromisiones de personas casi extranjeras.


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