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Opinión

Hace un par de días, la Corte Federal de Apelaciones negó la “orden ejecutiva” de Trump que prohibía el ingreso de ciudadanos de siete países musulmanes. A diferencia de un decreto presidencial (latinoamericano), una “orden ejecutiva” tiene rango administrativo, por eso pudo ser impugnada ante las cortes.

¿Cuál fue la racionalidad detrás de la medida? Si hubiera peligro de un ataque terrorista, la acción alertaría a los atacantes. Si es por impedir la migración, ¿por qué el escándalo? Obama deportó casi un millón de gente sin hacer ruido. Y, ¿por qué vetar a los que tenían visa, si eso de hecho impugna al complejo de seguridad, inteligencia y control de EE.UU. que otorga visas y que, en los últimos diez años, no ha demostrado ineficacia? Al parecer, no es una medida preventiva.

Tal vez como medida política tenga valor si Jeff Sessions, el nuevo fiscal general con cara de aguilucho, logra condenar a los togados de la corte de apelaciones, con juicios que Trump ha prometido realizarles. Entonces sí tendría sentido esta orden ejecutiva, pues habría sido una gran excusa, con rostro de terrorista musulmán, para desmontar la independencia del sistema judicial de EE.UU. y acabar con la democracia. La siguiente pregunta racional sería: ¿para qué?, ¿para producir más?, ¿para ser más poderosos? La única razón del poder absoluto es el poder absoluto.

Otra vez, la literatura se habría anticipado a los pronósticos. En el inigualable cuento de Ray Bradbury, un viajero del tiempo parte, de un país democrático, hacia el pasado. En el mundo antediluviano, donde llega, pisa sin querer una mariposa. Cuando regresa a su tiempo, el fascismo gobierna los EE.UU.


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