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Opinión

El cierre de la Asamblea Nacional venezolana es parte de un plan. La oposición democrática solía pensar que los dislates de Maduro eran barroquismos que anunciaban su debilidad. Pero fueron acciones efectivas para perpetuarlo en el poder. Habían sido cuidadosamente preparadas por la experimentada sala situacional cubana en Fuerte Tiuna. El objetivo mayor es auto-bloquear Venezuela para volverla, como Cuba, una finca clausurada y manejable y un foco activo de fricción regional contra los Estados Unidos.

A este plan obedece la mayoría de las acciones de Maduro: el cierre de la Asamblea, no pagarles a las aerolíneas extranjeras —aumentando la desconexión de Venezuela con el mundo—, hasta empujar la migración (como en Cuba), golpeando a la gente con el crimen callejero, los cortes de servicios y la falta de alimentos y de moneda fiduciaria. Sin embargo, los venezolanos se quedan en el país, tozudamente, y he ahí una inmensa fortaleza. Ahora bien, el cierre de la Asamblea ha suscitado una reacción internacional nunca antes vista que, ciertamente, no será suficiente para sacar a la dictadura, pero ofrece la oportunidad inigualable de sincronizar una ofensiva general, como la revolución naranja de Ucrania, con marchas masivas que se instalen en un solo bastión estratégico del centro de Caracas, una autopista, una avenida, una plaza. Desde allí, impugnar a la dictadura sin cesar hasta que caiga, caída que será menos cruenta si se acusa directamente y sin pruritos a Raúl Castro, como el gobierno que controla este modelo delincuencial del chavismo. En esta difícil hora, va el apoyo y el amor del mundo que ama la libertad al bravo pueblo.


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