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Opinión

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El lunes, en Talara, dos sicarios arrojaron una granada de guerra contra la vivienda de un empresario constructor al que extorsionaban. Su esposa, a quien la granada le explotó en el pecho, murió; el empresario sigue en estado de gravedad. ¿La razón de tan brutal ataque? De los S/.50,000 exigidos, el empresario solo había pagado S/.37,000. Así de simple, así de macabro.

Mientras el Perú se desangra, nuestro ministro del Interior, Daniel Urresti, está preocupado por el fútbol nacional. Como todos, el Sr. Urresti quiere ver al Perú en un mundial; en dicho deseo está acompañado por nuestro mandatario, quien solicitó al Papa que rece para que dicho milagro ocurra.

No sé ustedes, pero a mí me da la impresión de que nuestro presidente y el ministro no tienen un orden de prioridades alineado al de la población. En sencillo, que están en otra, perdidos en la búsqueda de titulares, ajenos a las inquietudes reales de la ciudadanía. Bien podrían ocupar su tiempo en buscar reducir la inseguridad, luchar contra la corrupción o, ya que estamos en sueños, reactivar la actividad económica, reducir los índices de pobreza y cerrar las brechas sociales. No son pocas las tragedias que el estado actual de cosas encierra, la más grave, sin duda, la pérdida de vidas ante el crimen organizado y común.

No sé si el ministro Urresti ganará 5% o más de popularidad si llega a sacar a Manuel Burga de la Federación Peruana de Fútbol; ni me importa.

Lo que sí sé es que en algún momento debemos decir basta; esto dejó de ser una broma hace rato. Si el presidente Humala es políticamente inimputable, el ministro Urresti debe dejar de actuar como un showman y asumir su encargo con profesionalismo. Si esto es pedirle peras al olmo, tenemos otro problema mayor.

La situación del país empeora cada día mientras el Sr. Urresti cree que su labor implica clasificarnos a un mundial de fútbol. No sé qué pecados estaremos pagando, pero no deben ser pocos ni veniales.


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