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Opinión

“¿Cambiarán las cosas con las revelaciones del caso Odebrecht? Si no se reforma la administración de justicia, el revuelo pasará y no habrá cambiado nada”.

¿Cuándo logrará el Perú tener la infraestructura de un país desarrollado de la OECD? A menos que se ponga fin a la cultura de corrupción e impunidad, la respuesta es: nunca.

No se crea usted eso de que la infraestructura del Perú es deficiente porque no se invierte suficiente dinero, algo difundido a los cuatro vientos por el lobby del sector en su famoso –o más bien infame– cálculo de brecha de infraestructura medido en decenas de miles de millones de dólares. Es evidente que hay una brecha de infraestructura gigantesca, pero no es cuestión solo de dinero; es más, el dinero por sí solo no garantiza nada si continúa la vorágine de corrupción y dispendio en costosos hospitales inacabados, proyectos de agua y saneamiento a medio hacer y carísimos megaproyectos de cuestionable prioridad e incluso alguno hasta inútil. La brecha se cierra invirtiendo el dinero disponible en el orden que marcan las prioridades del interés público, con proyectos bien identificados, diseñados y ejecutados, y todo a costos competitivos.

Lo ilustro con un ejemplo sencillo. En 1991, al inicio de la reinserción, el primer proyecto del BID fue un préstamo de US$200 millones para rehabilitar varios tramos de la Panamericana. Identificamos dicho proyecto como el más prioritario. A este préstamo le siguieron varios más de los organismos internacionales por un total de mil millones de dólares, a los que hay que sumar otros tantos del presupuesto público y después vinieron cientos, si no miles, de millones cobrados en peajes. No parecería muy ambicioso pedir que, a veintiséis años de la estabilización y en un país al que le ha ido bien económicamente, la arteria principal del Perú contará con dos o tres carriles en cada sentido de Tumbes a Tacna. Pues no es así ni mucho menos; hasta hace un par de semanas, a 200 km de Lima, el viajero todavía tenía que atravesar el centro de Chincha. ¿No es un caso de prioridad clarísima? ¿Adónde ha ido a parar todo ese dinero?

La lección más importante del caso Odebrecht es que los gastos en infraestructura no los ha estado determinando el interés público, sino las coimas y el despilfarro. Y el principal costo de la corrupción no son las coimas mismas, sino la pésima asignación de recursos a la que estas conducen.
¿Cambiarán las cosas con las revelaciones del caso Odebrecht? Si no se reforma la administración de justicia, el revuelo pasará y no habrá cambiado nada.


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