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Opinión

“Necesitamos los nombres de quienes abusaron de forma tan vil de estos jóvenes”.

En medio de los esfuerzos por ser parte de la OCDE, el exclusivo grupo de países que representan el 80% del PNB mundial, dos muertes dramáticas de jóvenes peruanos nos recuerdan qué tan cerca estamos todavía de la barbarie.
Jovi Herrera tenía 20 años, y Jorge Luis Huamán, 19, cuando sus vidas fueron tempranamente arrebatadas por el fuego y por un sistema cuasi colonial de esclavitud laboral.

Hace solo unas semanas nos indignaba, de igual manera, la muerte de cuatro jóvenes soldados en circunstancias marcadas, también, por la indolencia en la playa Marbella. La muerte de nuestros jóvenes no está siendo solo física, con la faceta inhumana que muestran de nuestra sociedad tan dolorosas pérdidas.

El mensaje que nos deja es que, como país, no estamos en condiciones de responder o atender los sueños de juventudes peruanas de escasos recursos.

Me resisto a creer que la meta de vida de Jovi Herrera o Jorge Luis Huamán fuese trabajar borrando marcas chinas para falsificar otras. Largas horas, encerrados con llave en un contenedor todo un día y por 20 soles por cada jornada laboral. Al igual que los reclutas del Ejército muertos, dispuestos a recibir órdenes en muchos casos abusivas y absurdas por una mísera paga.

“Nada más cruel”, decía Al Pacino en Perfume de mujer, “que amputar o dañar el espíritu de un joven, para eso no hay prótesis”. Eso está sucediendo en nuestras narices.

Lo ocurrido vuelve a recordarnos los retos aún pendientes en educación para competir, por lo menos, con menores márgenes de desigualdad entre jóvenes.

Refleja también la barbarie de nuestra informalidad y la incapacidad del Estado para fiscalizar y sancionar a los responsables de este tipo de prácticas. Como en otras oportunidades, probablemente no haya sanción penal. Es momento como sociedad civil de aplicar, por lo menos, la sanción social: necesitamos los nombres de quienes abusaron de forma tan vil de estos jóvenes.


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