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Opinión

“Aprodeh terminó teniendo más coincidencia con las posturas del viejo fujimorismo a la hora de sustentar su posición. Para ellos, Humala mató menos”.

Francisco Soberón, fundador de la Asociación Pro Derechos Humanos (Aprodeh), una de las más reconocidas instituciones en su ramo, ha dicho que no se arrepiente de nada y le resbalan las críticas. Soberón se reafirma en que, durante la campaña electoral de 2011, tenía la convicción de que Humala estaba seriamente involucrado en las denuncias de tortura y muerte en Madre Mía, pero, políticamente, había que apoyarlo frente a Keiko Fujimori.

No estoy en la banca de los que se regocijan por estos actos, para algunos, de cínica transparencia. Si hay un país que requiere de instituciones como Aprodeh, es el nuestro, donde la discriminación por raza, procedencia socioeconómica y género puede ser objeto de abuso o causa de muerte con impunidad, donde hay todavía otros Madre Mía pendientes de justicia.

Esa lucha ha perdido sentido y legitimidad en el caso de Soberón y de otros organismos no gubernamentales para los cuales se ha convertido en una práctica recurrente colocar, de manera conveniente, en la congeladora sus principios rectores para ser recuperados, únicamente, cuando se trata de rivales políticos.

Hemos visto mucho de eso en los últimos años: con Alejandro Toledo en cuanto caso de corrupción se denunciaba durante su gobierno, y luego con Ollanta Humala. En ambos casos, presidentes que llegaron al poder con su apoyo.

A diferencia de otros, Soberón ha sido transparente: le salió del forro y lo dijo tal cual. Preferible ese arranque de sinceridad que el silencio de las aguas mansas de las que la propia Biblia advierte tener cuidado.

Paradójicamente, Aprodeh terminó teniendo más coincidencia con las posturas del viejo fujimorismo a la hora de sustentar su posición. Para ellos, Humala mató menos. Consecuencia es lo mínimo que se espera de instituciones al frente de asuntos tan sensibles y urgentes.


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