26.NOV Martes, 2024
Lima
Última actualización 08:39 pm
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Opinión

Si algo parece caracterizarnos son nuestras contradicciones. Según la última encuesta de GfK, 52% de los encuestados (11% más que el año pasado) considera que la corrupción es el segundo mayor problema del país. En octubre del año pasado, una encuesta de Pulso Perú revelaba que el 63% de encuestados consideraba que a los peruanos en el fondo les da lo mismo la corrupción, 45% aceptaba ser tolerante con ella.

Lo mismo parece ocurrir con la mentira. No hay cifras al respecto, basta, sin embargo, revisar las conductas de los políticos elegidos en los últimos años para advertir el alto nivel de tolerancia que los peruanos tenemos frente a la mentira.

Ahí está el famoso bacalao de Fujimori: anunció que presentaría su plan de gobierno después de Semana Santa del año 1990 y a la hora de la hora no se presentó; según dijo, se había intoxicado con bacalao. Era solo el inicio de muchas más y de todo calibre, hasta que un día nos dijo que viajaba para una cita presidencial en Brunéi. En verdad, se estaba fugando.

Toledo ya es un caso patológico de mitomanía permanente. La convicción y mirada fija al rostro de su interlocutor mientras negaba a Zaraí, para después aceptarlo. Que su mamá murió en el terremoto de Áncash, que su suegra cobró una pensión por el Holocausto, etc.

García dejó para la historia la frase “en política no se puede ser ingenuo” justificando la mentira de que no estatizaría la banca y las que seguirían en esa línea. De los Humala es harto conocido, desde las justificaciones a sus primeros signos de solvencia económica, hasta la letra en sus agendas.
Susana Villarán: No volveré a postular, y postuló.

La mentira no constituye delito pero, por lo menos, debería merecer una sanción social. En una sociedad sana, la verdad importa.


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