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Opinión

Los grandes procesos anticorrupción en el mundo han tenido en común, entre otros puntos, la presencia de un liderazgo sólido y reconocido, que no se limitó a la tarea investigativa sino que logró contagiar y movilizar ciudadanía e instituciones. La batuta puede recaer en un juez, fiscal o procurador. Manos Limpias en Italia lo tuvo en la figura del fiscal Antonio di Pietro: forjado en pesquisas contra el crimen organizado, saltó a la fama en 1992 con la detención del político socialista Mario Chiesa, hecho que dio origen precisamente al proceso “Mani Pulite”. Brasil ha demostrado que en un momento crucial pudo tener a su alcance no una sino varias figuras, todo un equipo en el que destacaba el recientemente fallecido juez Teori Zavascki o Sergio Moro, el hombre al frente de Lava Jato. Moro se convirtió en juez federal a los 26 años, con estudios en el Harvard Law School, así como especializaciones en programas de lavado de activos en los Estados Unidos. Ha puesto contra las cuerdas a los más poderosos políticos y empresarios de su país. En Brasil es considerado casi un ídolo.

En el 2001, el liderazgo contra la corrupción del fujimorismo recayó en la figura de José Ugaz. Frente al estado de descomposición del Poder Judicial de ese momento, Ugaz logró armar un equipo con Luis Vargas Valdivia y César Azabache, capaz de movilizar a la Fiscalía, al Congreso y a la opinión pública.

Mes y medio después de las revelaciones del caso Odebrecht y otras constructoras brasileras, ¿quién asumirá ese rol? La Fiscalía ha optado por el secretismo y perfil bajo. El presidente Kuczynski pide, con sorprendente apatía, pasar la página. Como procurador ad hoc se voceó a Efraín Núñez Zelaya, pero ahora todo ha quedado en stand by. ¿Cuándo tendremos
a uno?


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