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Opinión

Hacer de Río la sede de las Olimpiadas 2016 fue parte del plan político que Lula concibió el 2008, cuando su popularidad era superior a 60%. Las olimpiadas deberían suceder después de que Brasil ganara su sexta Copa del Mundo en 2014, contribuyendo así a consolidar el gobierno del PT y a preparar el retorno triunfal de Lula en 2018. Pero las cosas no salieron según lo esperado y ahora ni Dilma ni Lula van a asistir al evento para evitar ser pifiados en público.

La organización de las Olimpiadas está evidenciando las deficiencias del gobierno de Dilma. Los atletas de Australia, EE.UU., Argentina y España ya expresaron insatisfacción con las condiciones de la Villa Olímpica, y su seguridad aún no está garantizada. Esta semana han sido contratados 3 mil policías extras para cubrir vacíos recién descubiertos, pero muchas tareas de inteligencia deberían haber sido hechas meses atrás.

Las denuncias de corrupción son diversas, por la presencia de Odebrecht a cargo de obras cuyos costos millonarios se incrementaron hasta en cinco veces, y la contratación de empresas sin ninguna experiencia para hacer el control electrónico de las instalaciones. La detección de un grupo terrorista ligado al Estado Islámico hace pensar que la Policía Federal estaría haciendo su labor, pero, ¿será ese el único grupo preparando atentados, o hay otros más?

Independientemente de la buena o mala organización de las Olimpiadas de Río 2016, surge la pregunta: ¿debería un país como el Brasil destinar entre 15 y 25 mil millones de dólares organizando megaeventos deportivos en vez de resolver sus limitaciones de infraestructura? Me arriesgo a afirmar que la respuesta es negativa.


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