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En agosto, la popularidad del ministro Urresti, a sabiendas de las denuncias que sobre él pesaban, pasó del 29% al 46%. En dicho escenario la popularidad presidencial saltó del 24% al 32% y ya algunos analistas hablaban del “efecto Urresti”, del potencial presidencial (¿?), y así uno tras otro disparate. A diferencia de otros medios, sostuvimos que eso no pasaría de una calentura popular; el estilo campechano y mediático del ministro serían, sin duda, llamativos y entretenidos, pero, en cuanto la realidad se abriera paso (léase, que la criminalidad se mantuviera y no existieran visos de reforma en el corto, mediano o largo plazo), todo se caería, como una casa de naipes.
Para inicios de octubre, las cifras de Datum ya pronosticaban el frenazo del “efecto Urresti”; con 42% de aprobación (y 34% de desaprobación) nos aventuramos a pronosticar el fin de la calentura. Y no nos equivocamos; tanto Ipsos como GfK, durante la última semana y media, ya presentan niveles de popularidad negativos: en la primera encuesta 40% de aprobación frente a 44% de desaprobación; en la segunda 41% de aprobación frente a 42% de desaprobación.
Y es que era inevitable. El ministro Urresti ha probado una y otra vez ser un engañamuchachos. No es necesario entrar en detalles, ya que todos los conocemos. Por eso creemos que la captura del prófugo Benedicto Jiménez no cambiará la realidad en el tiempo: la seguridad nacional requiere, con urgencia, de una reforma policial, de un liderazgo probo y con experiencia, de una lucha frontal contra la corrupción y las mafias, incluyendo –por supuesto– aquellas allegadas a poderes fácticos.
Cuando 84% de la población, como ha señalado GfK, se siente insegura, es inevitable pensar qué es lo que creen en Palacio. Si a estas alturas no les ha quedado claro que la lucha contra la delincuencia, el sicariato y el narcotráfico requieren algo más que frases hechas e irrisorios operativos, pues difícilmente lograremos revertir la actual situación. El ascenso de una propuesta autoritaria, en este escenario, es más probable que nunca.
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