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Opinión

Juan José Garrido,La opinión del director
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Por primera vez en nuestra historia, la deuda privada en el exterior supera a la deuda pública. Según distintas fuentes, la primera ya bordea el 15.5% del PBI frente al 12% de la pública. Sin duda, este incremento en la deuda privada es parte del auge económico de la última década; y si bien la deuda tiene una lógica empresarial y la misma implica una aceptación de esta por terceros (los acreedores), también debemos analizar los riesgos y contemplar planes B en caso de que algo malo ocurra.

El endeudamiento empresarial típico sigue una lógica básica: uno puede crecer con capital propio o de terceros; lo primero requiere altas tasas de ahorro, mientras lo segundo una probable capacidad de repago. Cuando las cosas van bien, la deuda se hace parte del negocio y permite la espiral positiva de las economías de escala: el negocio crece y la deuda, como parte del negocio total, disminuye. El pago se hace fácil. Cuando las tendencias cambian y los vientos de cola se acaban, la deuda se convierte en una espada de Damocles: un shock cualquiera desata una desgracia.

El nivel de deuda debería mantenerse en un ritmo similar a la tendencia económica; no es una regla de oro, pero sería lo sensato. Nuestro PBI habrá crecido entre el 2011 y el 2014 (estimando un optimista 4%) cerca de 25%; en el mismo periodo, el mercado de bonos privados ha pasado de los US$200 millones a los US$16 mil millones. Léase, mientras la economía ha crecido una cuarta parte, la deuda en bonos ha crecido 80 veces (320 veces el crecimiento económico).

Este impresionante endeudamiento se gestó, como imaginarán, durante los años previos al 2011 y en los primeros años de este gobierno. Las tendencias de la actividad económica y, sobre todo, las expectativas de los empresarios –grandes y chicos– han cambiado sustancialmente desde entonces.

Esta frágil situación amerita estudiar los escenarios potenciales bajo ciertos hechos que podrían ocurrir (un ataque terrorista tipo 9/11, un desastre natural, etc.). Mejor prevenir que lamentar.


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