23.NOV Sábado, 2024
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Opinión

“Todo está perdonado”, dice un Mahoma compungido y al que se le escapa una lágrima en la nueva carátula de la revista Charlie Hebdo, que vuelve a circular luego del ataque terrorista a su redacción, que acabó con la vida de 12 personas y que ha sido reivindicado por Al Qaeda. Una portada elegante, por decir lo menos, si pensamos en la irreverencia habitual del semanario de humor, pero, ante todo, lúcida y significativa en la medida en que no incurre en la islamofobia y, más bien, tiende una mano a toda aquella mayoría musulmana que no comulga con el terror.

No obstante, a nuestro juicio, el acto execrable de los fanáticos musulmanes es imperdonable. Por supuesto, no ignoramos que la religión es un tema sensible y que los devotos de un credo, en este caso el islam, pueden sentirse ofendidos cuando se cuestionan sus dogmas y se hace mofa de los mismos. Sin embargo, gracias a la libertad de conciencia y la libertad de expresión, que son pilares esenciales de la civilización occidental, podemos poner en entredicho dichas creencias e, incluso, satirizarlas. Aunque parezca un exceso, tenemos el derecho a blasfemar. Y, si acaso alguien se siente agraviado por lo que decimos, pues también tiene el derecho de recurrir a los tribunales. Eso es lo que se hace en las sociedades democráticas. Por ello, que unos fundamentalistas asesinen a humoristas por haber criticado a su profeta es una manifestación de barbarie inadmisible y que nos devuelve a épocas infames en las que se perpetraban los crímenes más atroces en nombre de la religión.

Desde luego, se trata de un asunto delicado. Es verdad que los gobiernos deben garantizar la pluralidad religiosa y el respeto a las creencias de los ciudadanos, pero ello no implica que estas no puedan ser rechazadas. Las ideas se combaten con ideas. La fe no debe prevalecer sobre la razón. Como bien dice el columnista Lluís Bassets, “los dioses y los libros sagrados, las religiones y los dogmas, como los personajes históricos y los mitos, las patrias y las banderas, no tienen derechos ni deberes como los tienen los ciudadanos individuales. No se puede atentar contra el honor de Buda o de Confucio, de Napoleón o de Garibaldi, de Jesucristo o de la Santísima Trinidad”.

Más allá de la intolerancia religiosa, la matanza de París representa una amenaza frontal a los principios y valores que rigen el mundo libre y civilizado. La yihad islámica no tiene otra finalidad que socavar los cimientos de Occidente e inducirnos a quebrantar nuestras libertades, aquellas que definen nuestras formas de vida y que tanto costó obtener. Aunque no nos guste la idea, lo cierto es que estamos ante una guerra inédita y compleja donde la victoria no depende de las armas, sino del poder de las ideas.


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