“He terminado con mi enamorada. ¿Celebramos?”, escribió Pablo en su muro de Facebook. En tan solo unas horas recibió más de cincuenta ‘likes’. Si bien lo que escribió Pablo era equivalente a un “soy libre, por fin”, lo cierto es que la soltería de Pablo no iba a durar mucho: al día siguiente nomás, volvió con Natalie, su enamorada.
No era la primera vez que ambos rompían. En realidad, era la novena. La primera vez que terminaron fue muy dolorosa. En aquella ocasión, rompieron porque Natalie estaba celosa de una amiga de Pablo. Aclarado el asunto, volvieron y se prometieron no separarse nunca más. Sin embargo, al mes siguiente volvieron a finiquitar la relación, esta vez porque Pablo estaba celoso de un compañero de trabajo de Natalie. Esta vez les dolió menos que la primera. Volvieron a la semana.
Es así que terminar y volver se les hizo una costumbre. ¿Qué revela este tipo de conductas? Pues varias cosas. La primera: que han tergiversado el significado de poner fin a una relación. “Terminamos” ya no es una sentencia irreversible, sino un recurso retórico para golpear emocionalmente al otro, un arma para demostrar hasta dónde llega el enojo.
Lo segundo: que el respeto entre ambos está por los suelos. Si la amenaza de terminar se emplea como herramienta de agresión, el cariño y la confianza que debería primar en una pareja quedan desplazados. Lo tercero: que, probablemente, Pablo y Natalie no deberían estar juntos. No en esas condiciones.
SABÍA QUE
- Hay personas que consideran que se puede brindar una segunda oportunidad. Pero cuando “terminar” se convierte en un hábito, hay que evaluar el estado de la relación.
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