22.NOV Viernes, 2024
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Opinión

Mi auto debe de haber batido récord en tiempo mínimo en ser víctima de la delincuencia. Ni bien lo saqué del concesionario, no se me ocurrió mejor idea que inaugurarlo yendo a un mercado en una zona con alto índice de robos. A los 30 minutos de comprar, llego al auto y el emblema delantero ya no estaba.

Desde entonces, los vendedores de autopartes de la avenida Aramburú no dejan de molestarme, tratando de venderme uno igual: “Se lo consigo al instante”, “se lo llevo a su casa en menos de 24 horas”, “baratito no más”. Siempre es lo mismo y siempre digo que no, porque sé que se trata de autopartes robadas. No digan que no, son RO-BA-DAS.

En países donde el derecho a la propiedad está sumamente resguardado, la compra y venta de cosas usadas lleva un registro donde se conoce el origen principal del dueño que lo vendió. De esta manera, se asegura de que lo que se está comprando no es robado. En nuestro caso, ni siquiera llevamos un registro de denuncias de autopartes robadas sistematizado ni tenemos una política seria y sostenida sobre la lucha contra la venta de cosas robadas. Todos sabemos dónde están, conozco gente que ha tenido que ir a comprar su propio bien al día siguiente del robo, u otros, más indignados, que han ido con policías para exigir que se lo devuelvan.

Combatir el mercado de cosas robadas es clave para acabar con la inseguridad ciudadana y no puede reducirse a operativos esporádicos. Mientras tanto, la gente sigue comprando ahí. Tremendo error. La razón por la que no compro el emblema de mi carro es porque sé que se lo van a robar a otro auto y ese otro comprará otro robado, y así, los ciudadanos no solo terminan siendo cómplices, sino promotores y financistas de la delincuencia, haciendo de esta labor un oficio muy productivo y rentable. En tanto las autoridades presten más atención a este tipo de robos, que son los más comunes, nosotros podemos empezar por decir “¡no!”.


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