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Opinión

Si de llevar anotaciones se trata, este ha sido un año más para la corrupción. Los casos Áncash, Orellana, Álvarez, Belaunde Lossio y algunos otros tomaron las principales portadas por asalto. Gracias a ellos, otros casos tan o más oscuros, como Ecoteva, ‘narcoindultos’, Gagó y otros, pasaron a un segundo plano. Pareciera una competencia de corruptos; no obstante, es la triste realidad con la cual nos despedimos del funesto 2014.

Una observación lógica sería que, si la corrupción ganó terreno durante el año, fue –entre otras razones– porque los organismos públicos destinados a limitarla no cumplieron sus encargos a plenitud. Solo por eso ya deberíamos observar cambios en las principales instituciones del Estado. Pero el caso peruano es peor aún: justamente esas cabezas se encuentran hoy cuestionadas por su comportamiento, incluso investigadas formalmente por haber participado (presuntamente) en las mafias que hoy deben ser objetivo de profundas averiguaciones.

El caso más patético de esta realidad es el del fiscal Carlos Ramos Heredia, máxima autoridad del Ministerio Público, primísimo pluscuamperfecto de Palacio.

En Perú21 conocemos muy bien el accionar del fiscal Ramos Heredia; somos testigos de su proceder cuando de enfrentar la realidad se trata. Negó su parentesco con la primera dama Nadine Heredia (lo cual no tiene nada de malo en principio, si no fuera por faltar a la verdad); negó, de igual forma, sus reuniones con el investigado Rodolfo Orellana; y así… una historia que no deja de brindar nuevas e impresentables situaciones.

Por ello nos atrevimos, hace semanas, a pedir su renuncia. Nuevos indicios han promovido que la sociedad civil se pronuncie de igual manera. Hace unos días, Proética, miembro de la Comisión de Alto Nivel Anticorrupción (CAN), se retiró de la comisión solicitando que el fiscal se aparte del cargo.

La Fiscalía pasa por su peor momento desde la caída del fujimorato. Conociendo al fiscal Ramos Heredia, podríamos apostar que no dará un paso al costado. Así enfrentamos el año 2015, con la corrupción en auge y las instituciones pulverizadas.


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