26.NOV Martes, 2024
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Opinión

La preocupación por nuestra precariedad institucional está de moda, y enhorabuena.

Juan José Garrido,La opinión del director
La preocupación por nuestra precariedad institucional está de moda, y enhorabuena. Para un país que se jacta de servir como modelo de crecimiento e inclusión, la magra calidad de nuestras instituciones es un costo inmenso e innecesario. Crecemos, sí, ¡pero de qué manera!

Cuando revisamos las variables que componen este pilar, solemos enfocarnos en aquellas que competen al estado o al gobierno de turno: independencia y calidad de la administración de justicia, protección de la propiedad intelectual, calidad de las decisiones de los organismos y de los administradores públicos, entre otros. Sin duda, todas ellas impactan en nuestros incentivos y, por lo tanto, en el crecimiento y desarrollo.

Pero el peso de lo institucional no recae solo en el ámbito estatal y gubernamental, sino también en los partidos políticos. No solo eso, según los expertos consultados –James Robinson, coautor de “Por qué fracasan las naciones”, entre ellos– es la clase política la llamada a consensuar las reformas institucionales. En resumen: son ellos (los partidos, sus principales líderes y cuadros políticos) los llamados a buscar soluciones que permitan realizar las reformas y, sobre todo, asegurar que las mismas se asienten.

¿Y cómo está nuestra clase política? ¿En qué anda? Pues nada mejor que una etapa electoral para respondernos: en poco o nada. Cada uno en lo suyo, haciendo politiquería populista, o atacándose con cualquier excusa. La población, por supuesto, lo tiene claro; de ahí las bajas aceptaciones y la triste ubicación de nuestra casta política en la variable “confianza en los políticos”: puesto 131 sobre 144 países indexados por el Foro Económico Mundial, por debajo de Haití y otras naciones más pobres que el Perú.

Nuestra clase política, si se puede llamar así, está de costado a esta realidad; ha optado por hacer del problema un tema de campaña, retórico, sin propuestas o acciones. Claro, algunos dirán que la culpa es de nosotros, los electores, por confiarles a ellos el encargo. Puede ser; no obstante, son ellos los que, hoy, pueden hacer el cambio.


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