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Opinión

La muerte del dirigente asháninka Edwin Chota y de otros tres integrantes de su comunidad es una señal más de que las economías ilegales cobran una inusual potencia y ejercen el control de amplios territorios en el país.

Santiago Pedraglio,Opina.21
La muerte del dirigente asháninka Edwin Chota y de otros tres integrantes de su comunidad es una señal más de que las economías ilegales cobran una inusual potencia y ejercen el control de amplios territorios en el país. Los jefes de estas economías son capitanes de empresas ilegales. Contra lo que piensa un ex presidente peruano, no tienen nada de “perros del hortelano”. Poseen, en sus términos, iniciativa y una voluntad individualista dirigida a obtener éxito económico a cualquier precio. No son socialistas, son grandes creyentes en el mercado. Esta dinámica no implica sumar orden y negocios sino todo lo contrario: en las economías ilegales se hacen negocios a partir del desorden, del descontrol, del abuso. Sin embargo, tienen vínculos con la economía legal. ¿Dónde y a quién se vende la caoba para que llegue a Estados Unidos? ¿Dónde y a quién se vende el oro extraído ilegalmente? ¿Dónde y a quién se venden los electrodomésticos que entran de contrabando? El problema no se resuelve dándole fin a los gobiernos regionales; no son, per se, los responsables; es más, sin ellos las economías ilegales seguirán subsistiendo y crecerán si la sociedad organizada no lo impide. Esto significa hacer todos los esfuerzos por impedir que en las próximas elecciones tengamos gobiernos locales y regionales que expresen intereses ilícitos. No obstante, hay manifestaciones de sobra de que también en las instituciones nacionales hay una penetración de estos poderes, cada vez más “naturales” y robustos. Estamos ante un problema económico, social y policial de grandes proporciones. Debe intervenir la Policía y la Sunat, y afianzar los órganos de inteligencia. El gobierno debe preocuparse, de una vez por todas, por la pequeña agricultura rural y por proteger los bosques amazónicos y a sus verdaderos guardianes: las comunidades nativas.


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