26.ABR Viernes, 2024
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Opinión

Hace un par de días despertamos con la noticia de que, por un ajustado margen, el Reino Unido decidió, vía referéndum, retirarse de la Unión Europea (Brexit) luego de 43 años de permanencia. Como era de esperarse, esto generó temor en los mercados internacionales y, por ende, la caída en las principales Bolsas de Valores. Y es que si bien las consultas ciudadanas son mecanismos democráticos, son innegables las implicancias económicas, comerciales y de libre movilidad en Europa y el mundo, así como cuestionables las motivaciones de gran parte de sus promotores, relacionados con la ultraderecha y xenofobia.

El Tratado de la Unión Europea prevé que si un Estado miembro decide retirarse del citado esquema de integración, debe notificar su intención al Consejo Europeo. En ese momento se iniciaría la negociación de un acuerdo que establezca la forma de su retirada, así como sus relaciones futuras con la Unión. La regulación europea dejará de aplicarse al Reino Unido solo cuando el nuevo acuerdo entre en vigor del acuerdo de retirada o, en su defecto, a los dos años de la notificación de su intención de retirada.

Dada la cantidad y complejidad de las normas y acuerdos vigentes en décadas de integración europea, se avizora que el proceso de salida definitiva será largo y muy complicado, y con ello se generará también mucha inseguridad jurídica respecto a las normas aplicables para el comercio, migración, movilidad laboral, académica y turística, así como el destino de los fondos europeos destinados a becas, promoción del comercio e industria, etc. Igual incertidumbre tienen países como el Perú, que ha suscrito un Acuerdo de Asociación con la Unión Europea, contando con el deseable mercado británico, y merecerá una revisión en este nuevo escenario.

Todo indica que la presión del nacionalismo –radicalizado en los grupos xenófobos–, y el desconocimiento de los beneficios que conlleva ser parte de un organismo de integración de avanzada, vencieron esta vez sin medir las consecuencias económicas y sociales para el país.

Esto nos deja en claro que conceptos como la democracia o la integración regional no están grabados en piedra ni se transmiten de generación en generación. En teoría, son los esquemas más adecuados para una sociedad moderna, pero la coyuntura demuestra que no siempre son lo que un pueblo quiere mayoritariamente. Por eso, deben defenderse día a día, educando respecto a sus bondades y también debatiendo abiertamente sobre sus debilidades y problemas.


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