Toledo: apelando a su vena parrandera, recordó que el Perú ha vivido una “fiesta” y que no debemos permitir que esta termine. Promesas a granel, pero el cómo no le quedó claro a nadie. Aprovechó para contar que conversa con Zuckerberg y que se reunió con el vicepresidente de China (el presidente no lo recibió porque estaba durmiendo con la reina de Inglaterra, sic).
Keiko: aplomada, convencida de que quiere ser presidenta y con el objetivo de construirse un perfil propio. Ofreció un shock de inversión en infraestructura, para lo cual echará mano de las reservas fiscales, y aceptó que no dudará en endeudarse, pero no pudo dar cifras sobre el costo de este ambicioso plan. Deslindó de la corrupción y reconoció que separará a Joaquín Ramírez si se le prueba lavado de activos. Convenció.
Acuña: la tenía difícil y no salió mal parado. Resaltó sus cualidades de empresario. La apuesta es clara: Acuña no vende un modelo de gobierno, vende un modelo de peruano que se ha hecho solo. Con un discurso más efectista que coherente, demostró que entra a la campaña con todo. Para estar en escenario adverso, no le fue mal.
García: rodeado de sus ex ministros estrella, hizo gala de su experiencia política, consciente de que ese es un plus respecto a los otros candidatos. Resaltó la necesidad de hacer política en serio con un liderazgo claro. No ofreció nada realmente nuevo. Su fórmula parece ser: si los peruanos votan por Alan, tendrán al Alan que ya conocen. Fascinó a los enamoradizos.
PPK: jugaba de local. Su exposición fue la más puntual. Proyectó solvencia y honestidad, y dejó claro que lo suyo será un trabajo técnico y alejado del menudeo político. Insistió en obras con impacto inmediato que acerquen el Estado al ciudadano en saneamiento, salud, transporte y seguridad. La carraspera no ayudó a la fluidez del mensaje, pero le sirvió para subrayar su determinación.
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