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Lima
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Opinión

El país A posee una amplia extensión y muchas riquezas, se encuentra situado en una locación privilegiada para el comercio en su región, tiene una historia muy rica y largas tradiciones que se han ido formando poco a poco a través de procesos políticos intensos y, a veces, violentos. El país B es, en lo básico, un conjunto de islas al sur de una península en una región de larguísima historia, abarrotada por supuesto de crueles guerras. A es 1,819 veces más grande que B, y cuenta con una población cinco veces mayor.

Si el desarrollo dependiera de capital humano, recursos naturales, historia, cultura democrática y casi cualquier otra variable imaginable, A sería inmensamente más desarrollado que B. Y, de hecho, así fue hasta 1968. Hasta entonces, A era más rico que B. A partir ahí las cosas cambiaron radicalmente. A se mantuvo creciendo a tasas cercanas a cero hasta inicios del 2000 (en otras palabras, mantuvo casi la misma paridad de compra, en patrón de zigzag durante esos 32 años). B, sin embargo, siguió creciendo, multiplicando sus ingresos por persona por casi 10 veces hasta el día de hoy. En el país A, el ingreso per cápita, medido en paridad de compra, es cercano a los US$13,000, mientras que el país B es de casi US$88,000.
¿Qué pasó hasta 1968 en A? ¿Qué pasó en B? ¿Qué generó dicha divergencia? ¿Cómo los habitantes de un país con tantas riquezas, con tanta diferencia a favor en recursos y capitales pueden ganar la sétima parte de los habitantes de una, literalmente, ciudad-estado del tamaño del Cono Sur de Lima?

Bueno, si tenemos que resumirlo, tendríamos que hablar de “revoluciones”, cambios radicales en las estructuras políticas y económicas. El país B, Singapur, tuvo su revolución en 1965 cuando se separa de la Federación de Malasia. Lee Kuan Yew, su primer ministro (elegido en 1959) empieza una serie de reformas –a partir de dicha secesión– que perduran hasta el día de hoy. Singapur no era más que un grupete de islas, sin capital, recursos, y pobre como casi todos los países en el sudeste asiático de entonces. Pero la destreza política de Kuan Yew y la determinación de transformar el país permitió convertir a ese pequeño Estado en uno de los países más ricos del mundo. ¿Y cuáles fueron esas reformas? Políticas y económicas, por cierto; pero sobre todo, culturales. Las reformas de Singapur no se establecieron en un ambiente democrático, sin duda, pero estuvieron destinadas a dos cosas principalmente: mejorar la calidad de las instituciones y hacer de su economía una de alta productividad en el sector servicios y tecnológico.

Más o menos por esas fechas, en 1968, el país A, Perú, también tuvo su revolución; a diferencia de los singapurenses, los peruanos caímos en manos de una cúpula militar que decidió tirar la Constitución al costado y gobernar por los siguientes 12 años con decretos, instaurando de paso un sistema estatista-socialista que duró hasta 1990. Hasta entonces, 1968, Perú era uno de los países con mayor tasa de crecimiento en la región; de hecho, crecíamos al doble del promedio latinoamericano. Entre 1968 y 1990, la segunda revolución, el país decreció en términos de ingresos per cápita en casi 20%.

Desde 1990 la economía peruana creció a tasas casi asiáticas, multiplicando los ingresos promedio por casi tres en el periodo. Dicho crecimiento se basó en reformas económicas del tipo “primer piso”, basadas en la estabilización de la capacidad de compra de la moneda, la responsabilidad fiscal, la apertura comercial y la desregulación y privatización de muchos sectores económicos. Lamentablemente, dichas reformas no vinieron acompañadas de aquellas del tipo “segundo piso”; léase mejoras institucionales.

Tanto la comparación histórica entre Perú y Singapur como las comparaciones entre el Perú de 1968 a 1990 y el de 1990 hasta hoy son ejemplos de lo que los científicos llaman “experimentos naturales”: estudios donde las condiciones no las establecen los investigadores, sino que se dan por causas “naturales” (y no “controladas”, como los otros). Si de resultados se trata, ¿sujeto de cuál de los dos experimentos hubiese preferido ser? ¿Habría preferido vivir en el país A o B? Y si se trata del experimento natural peruano, ¿en cuál de los dos periodos? En los dos ejercicios existieron atropellos –de distintas magnitudes– a los derechos humanos, y recortes en las libertades políticas e individuales, por lo que las preguntas son medianamente válidas.

Por supuesto, hoy las condiciones son distintas. Pero no deja de ser interesante comparar los resultados de dos tipos tan disímiles de políticas públicas.


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