23.NOV Sábado, 2024
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Opinión

Comencemos por lo feo. Para los ciudadanos, el sinónimo más usado de “política” es “corrupción”.

Sociólogo y comunicador

Comencemos por lo feo. Para los ciudadanos, el sinónimo más usado de “política” es “corrupción”. Nunca como ahora la desconfianza se ha multiplicado a escalas inimaginables, al punto que la elección del mal menor se ha convertido en un ejercicio periódico e inevitable. Por eso, cada quien suele protegerse dentro de su cápsula individual o familiar; así se fragmenta aún más el archipiélago social.

Los formadores de opinión pública no se quedan atrás en la competencia por el desencanto. La declaración más grave es, sin duda, la idea de que los electores son idiotas. Desde allí se justifican las campañas que se agotan en la coreografía y el selfie farandulero, o los debates convertidos en confrontaciones plagadas de iniciativas efectistas y carentes de visión programática, o los análisis sesgados que convierten al elector (del otro bando) en un ser inmoral o vulgarmente pragmático. Estas reacciones, que tienen asidero en nuestra subdesarrollada cultura política, envilecen aún más el deteriorado escenario público, en la medida que se comparten sin matices y lejos de la autocrítica respectiva. Cuando unos son basura para los otros, y viceversa, todo se contamina y no hay salida para las buenas intenciones. Una tragedia autocumplida.

Sigamos con lo malo. Estas elecciones muestran el sostenido deterioro de todos los actores políticos, tanto de los partidos políticos como de los movimientos locales y regionales. Pero eso ya lo sabíamos. Lo verdaderamente malo reside, según vemos, en la incapacidad de izquierdas, centros y derechas de revertir la bola de nieve del desprestigio. En estos días, vemos cómo vuelan los cuchillos al interior de cada grupo y vemos también cómo las descalificaciones abundan contra los diferentes voceros de Cajamarca y San Isidro, Chorrillos y Puno, Lima y Moquegua. Lejos de manifestar una voluntad resiliente, se suceden autocríticas, hartazgos y renuncias.

De esta forma, se hacen invisibles las autoridades que han sido premiadas con la merecida reelección, así como los nuevos liderazgos locales que están encabezando propuestas auspiciosas. No todo es fatalidad. Los medios se equivocan cuando subrayan las limitaciones de los electores: lo que viene generando esta miseria política es la mediocridad de la oferta política. Las excepciones confirman la regla.

Terminemos con lo bueno. En estos días se ofrecen debates muy intensos que generan ciertos consensos todavía tácitos. Así como la opinión pública ya hizo suya la idea de que se combate la pobreza con más y mejor crecimiento, de la misma forma estamos llegando a la estación donde las urgentes reformas políticas se pueden convertir en un imperativo social. No existirá bienestar sostenible y compartido si la contaminación política sigue afectando a una ciudadanía que, gran paradoja, la alienta o tolera. Acaso este sea un punto clave en el debate del 2016. Ojalá.


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