05.MAY Domingo, 2024
Lima
Última actualización 08:39 pm
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Opinión

“Llegué a Lima cuando tenía 13 años. Una bomba acababa de explotar en Tarata y otra en mi corazón”.

En un par de semanas ya no me encontrarán por aquí. Esta es una de mis últimas columnas, así que hoy dejaré mi natural vocación por la risa e intentaré contar algo honesto. Cuando era niño, nunca creí que sería profe. O escritor.

O columnista de un diario. No creí que lo que yo dijera sería importante para alguien. Llegué a Lima cuando tenía 13 años. Una bomba acababa de explotar en Tarata y otra en mi corazón: el miedo. El miedo a que un coche-bomba me hiciera volar en mil pedazos era el menor de todos. A un adolescente le preocupa más su corazón que su vida. Tenía miedo del colegio nuevo, miedo de haberme separado de mi papá que se quedó en Piura y miedo de enamorarme y no saber qué hacer. Con el tiempo, el monstruo regresó a su guarida porque hice amigos. Los amigos a su vez trajeron música. Y aquella marea de canciones que subía desde mi walkman me dijo: todo va a estar bien. Y estuvo bien. Ahora –25 años después– camino por Lima y me cuesta recordar que alguna vez la recorrí asustado. Uno se acostumbra a pisar fuerte, se acostumbra a tener confianza, como un bebé que aprende a caminar y ya quiere correr. Por eso dicen que tener hijos es un reencuentro con los viejos terrores. A mí me pasa cuando reconozco en mis alumnos al chico asustado que alguna vez fui. Ellos tienen miedo de haber escogido mal su carrera, de no tener talento, de no conseguir trabajo y de no encontrar nunca a alguien que los quiera. Sé que a esta columna le pusimos La Bica y que muchas veces he jugado con la imagen del profe sádico y maldito, pero, así como disfruté aterrorizándolos, fue mejor cuando les di algo para enfrentar el miedo. Algunas veces fue un libro y otras una conversación después de clase. Sé –porque a mí también me pasó– que ellos olvidarán muchas de las cosas que mi curso exigía aprender. Pero espero que recuerden siempre que lo que realmente intentaba decirles con cada libro que les daba era esto: Sí, la vida es dura. Sí, yo también estuve perdido y tuve miedo. Pero hay salida.

En memoria de Rodrigo


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