23.NOV Sábado, 2024
Lima
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Opinión

Se atribuye a Bernard Shaw aquello de que “lo único que aprendemos de la historia es que el hombre nunca aprende nada de la historia”. El Perú ha repetido uno por uno los errores de España en materia de regionalización. Y, además, innecesariamente, pues, a diferencia de España y otros países europeos, el Perú nunca tuvo problemas de nacionalismos periféricos, porque la peruanidad es una nacionalidad surgida de la resistencia al desmembramiento del virreinato, y siempre fue un activo de la nación peruana.

El gran debate en el Perú, que viene de hace casi cien años, entre José Carlos Mariátegui y Víctor Andrés Belaunde no fue sobre la necesidad de regionalizar el poder político, sino qué hacer frente a la dualidad económica y racial entre la costa, europea y mestiza, y la sierra y selva, predominantemente indígenas. Para Mariátegui la solución era volver a las instituciones precolombinas, mientras que Belaunde confiaba en la integración progresiva (“síntesis viviente”), algo que ha venido ocurriendo con la emigración hacia la costa desde los cincuenta y, sobre todo, con el surgimiento de una clase empresarial emergente desde los noventa, proceso que ha empezado a romper la disociación económico-social sobre líneas raciales.

Ambos pensadores, no obstante, estuvieron de acuerdo en la irrelevancia para el Perú del debate federal y en la dificultad de establecer una justa diferenciación geográfica en regiones. En su obra La realidad nacional, Belaunde se pronuncia contra “la artificial división de la unidad nacional en pequeños estados autónomos”.

Si así es, ¿por qué se adoptó en 2002 una regionalización política del país? Supongo que quienes la promovieron esperaban que contribuyera a un desarrollo más rápido del interior del país y a una distribución más razonable de la actividad económica a lo largo de su geografía, sin dejar de lado el muy probable objetivo espurio de los grandes partidos de contar con opciones de gobierno y presupuestos para hibernar en los periodos fuera del Gobierno Central.

Doce años después, sin embargo, Lima sigue concentrando un tercio de la población y la mitad del PBI del país, los partidos nacionales son prácticamente inexistentes en las regiones y, en su lugar, en un número cada vez mayor de estas, se han ido enquistando en el poder mafias locales que se dedican a la extorsión y a obstaculizar las inversiones. La regionalización política, por lo tanto, ha fracasado y está desprestigiada ante la población.

Hay que recentralizar la política y descentralizar la economía; ha llegado el momento de una auténtica descentralización administrativa del Gobierno Central. ¿Plantearán propuestas viables los tres o cuatro grandes candidatos para el 2016? ¿Podrá el próximo gobierno solucionar el caos regional actual?


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