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Opinión

Uno sale del cine desconcertado después de ver “Relatos Salvajes”, un paquete de ficciones implacables que envuelven y matan.

Sandro Venturo Schultz,Sumas y restas
Sociólogo y comunicador

Uno sale del cine desconcertado después de ver “Relatos Salvajes”, un paquete de ficciones implacables que envuelven y matan. Se podría creer que esta perturbación se debe a un reflejo solidario con los amigos argentinos, pero no es así. Creo que el malestar que se siente está relacionado a algo que compartimos ambas sociedades, a pesar de que allá están tomados por la frustración y la impotencia y aquí, se supone, estamos avanzando gracias a nuestras expectativas de progreso. Ese algo que compartimos se llama olla de presión.

¿Quién no ha tenido impulsos trágicos contra los faltosos choferes de taxis, combis y camionetas de lujo? ¿Cuántas veces no hemos deseado meterle una bomba a esa oficina pública donde nos sentimos maltratados y nos complican la vida hasta el absurdo? Son fantasías inconfesables, sin duda; espantosas en un país que viene de tanta violencia, pero es lo que uno tiene depositado en el concho de la experiencia social.

En el Perú no se vive la misma regresión social del país del sur y, sin embargo, en varios aspectos estamos igual de fregados. Pensemos en los linchamientos tanto a ladrones como a alcaldes, y lo que eso nos dice acerca de nuestra precariedad institucional. Pensemos en la cínica y profunda desilusión que tienen aquellos que prefieren votar por alguien que robe siempre que garantice grandes obras. Pensemos en el incremento del sicariato doméstico, no solo al asociado al crimen profesional, ese que por unas luquitas resuelve los conflictos del corazón. Ahora imaginemos que todo esto se agrava gracias a que la desaceleración de nuestra economía se convierte en recesión y las nuevas clases medias regresan al saco de la pobreza y la desesperación. ¿Qué pasaría? ¿Estaremos tan lejos de los ochenta como creemos?

El senderismo de muchos peruanos, no el de Sendero Luminoso, sigue latente. Lo mismo esa reacción que reclama sin tapujos a un Leviatán inmediato y arbitrario contra los sospechosos. Si uno sale perturbado después de enfrentar “Relatos Salvajes” es porque la miseria argentina no solo es argentina. Nuestras bombas sociales no se han desactivado con el virtuoso crecimiento.

Existe una reforma cultural que no hemos conceptualizado aún porque naturalmente estamos concentrados en las reformas institucionales y políticas que hagan duraderas las mejoras de la última década. Sin embargo, si no somos conscientes de que tenemos inmensos ejercicios de catarsis y conciliación pendientes, estamos dejando que se incrementen los precipicios. Nada más fatal que una triste anécdota transformada en una tragedia personal o colectiva. Nada más disparatado que darle de comer a esa animalidad que hoy está bajo la sombra de nuestros nuevos y entusiastas centros comerciales.


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