25.ABR Jueves, 2024
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Opinión

Al levantarnos, deseamos que las cosas vayan bien con los chicos. La logística de la mañana, sin embargo, suele desgastar. Cuando nos volvemos a ver, pensamos más en orden y responsabilidad que en compartir.

Quizá un “¿qué tal te fue en el colegio?” con el típico “ahí”. Los chicos temen que una respuesta más sustanciosa traiga aquello que mejor hacemos: instrucciones y críticas. Lo que producirá lo que ellos mejor hacen: desmentidos y alegatos. Una comunicación fallida. ¿Cómo superarla?

Imaginemos que Jaimito llega molesto: se anuló el partido que había estado esperando. “No es terrible, habrá muchos partidos”. Cierto, pero Jaimito quiere compartir sus sentimientos. “Pareces realmente desilusionado” o “debes sentirte furioso” es mucho más eficaz. Si Rosita nos dice, por ejemplo, que su hermana recibe más juguetes que ella, no comparemos el número de regalos de una y otra. Es mejor decirle simplemente “comprendo, quisieras más regalos”.

Cuando un niño tiene emociones fuertes, no acepta comentarios críticos ni consejos. Quiere que lo entiendan, que capten lo que está sintiendo sin tener que comunicarlo explícitamente. Más que plantear datos sobre la realidad y las probabilidades, nuestro papel es ponerles nombre a sus afectos sobre la base de las pequeñas señales que nos envía. Los sentimientos intensos no desaparecen cuando tratamos de convencer al niño de que no tiene razón para sentirse así, o de que los niños buenos no sienten esas cosas, o que lo ocurrido es intrascendente frente a los grandes hechos de la vida. Pero sí asumen un lugar razonable y pierden sus aristas más cortantes cuando alguien los acepta con comprensión y simpatía.


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