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Columna Roberto Lerner

La ira. Sí, corroe y destruye, pero la sentimos quienes no nos dejamos avasallar, los fuertes, los asertivos, los ambiciosos, los que ponemos a cada quien en su lugar, los que cobramos cada insulto y no dejamos impune ninguna duda sobre nuestros derechos.

Tono, énfasis, volumen, pausa, aceleración, desaceleración, entonación, ritmo, métrica y pronunciación, mirada, gestos del rostro —risas, sonrisas, pestañeos–, movimientos corporales, distancia del interlocutor, vestimenta, lugar de convergencia, tocamientos —abrazo, apretón de manos—, combinados, producen los significados de nuestra comunicación. ¿Las palabras? Un modesto 30%.

Una joven que se encuentra realizando prácticas en el área de Recursos Humanos de una importante empresa debe seleccionar a una analista. Está orgullosa de haberlo podido hacer en un tiempo menor al esperado. “Pero me sentí una fracasada”, me dice. “Es menor que yo por unas semanas y ya está graduada. Si no hubiera tenido ese periodo en el que me descuidé con respecto de los estudios, que me dediqué más a otros asuntos, que sufrí problemas, estaría yo en su lugar”, afirma atribulada. “Si me entrevistan en el futuro, no sé qué diría para explicar el retraso. Uno no quiere signos de interrogación en su CV”, concluye.

¿Cuán diferentes son? El primero defiende a la sociedad y el segundo la ataca, ninguno forma parte de los grupos que tradicionalmente se ocupan de uno y otro papel, y ambos lo hacen desde una originalidad incuestionable y una eficiencia implacable.

En la Ilíada, la diosa —se lo pide Homero— eleva su canto a la ira. Esa emoción que sostiene acciones decididas y alimenta, como en la obra inmortal, venganzas que nublan cualquier otra motivación y perpetran inconmutables injusticias.

La niñez incluye voluntad de afirmación personal y lucha por un lugar. Desde el inicio se combina desvalidez con fuerza. No podemos prescindir del otro, pero ejercemos influencia sobre él. Los marcos de referencia y sistemas de regulación que limitan tanto el grado de poder como el de sometimiento son determinantes en la experiencia individual y colectiva del poder.

¡Es tan agradable hacer cosas en las que uno cree! Mejor si uno las expone ante el mundo como parte de una batalla, desde una trinchera, armado con argumentos, justificaciones, procedimientos, banderas y la infaltable lealtad a un liderazgo providencial. La inercia, la imitación y la credulidad son, sin embargo, el modo espontáneo de la mente humana.

Cuando uno pregunta qué cambiarías de tu estilo, las respuestas se agrupan en dos categorías generales: ser más o menos duro, más o menos sensible, más o menos tolerante, vale decir, como que unos quisieran ser más peluches de lo que son y otros menos. Más allá de lo que podríamos hacer con una varita mágica, ¿es posible?

Parece paradójico: la ignorancia genera más convencimiento que el conocimiento. Quienes más saben están menos seguros que los poco ilustrados.

Las palabras son un asunto serio. Los humanos vivimos a través de intercambios verbales. Ninguna otra especie utiliza sus lenguajes —todas los tienen— como el nuestro.

Discutimos sobre si tal obra se hizo con buenas o malas intenciones, si se hizo adecuadamente o no, si lo que se necesita son políticos o tecnócratas. Algo sobre los expertos.

Podría pensarse que al haber tantas fuentes de información, la humildad intelectual se habría incrementado con Internet. Casi escribo “nada más falso”, pero sería incurrir en los defectos que voy a criticar. En efecto, lo que sobran son convencidos, personas que navegan sintiendo rabiosamente que tienen la razón, que quienes no piensan como ellos están rabiosamente equivocados. Además de la dimensión intelectual, error y acierto adquieren un tinte moral. No solamente tengo la razón, sino que soy bueno; no solamente yerras, sino que eres malo.

Philipp Budeikin, joven ruso estudiante de Psicología, ideó la Ballena Azul y la disparó en la red social de su país, VKontakt, quizá inspirado en un libro, Nerve, y la película Un juego sin reglas.

Los berrinches abundan o se presentan con alguna frecuencia entre los 2 y 3 años. Luego, en principio, deben disiparse, cuando ya las palabras regulan las conductas y el mundo interno se ordena en función de lo simbólico.

A veces pregunto a un joven qué deseos satisfaría con una varita mágica. Permite explorar motivaciones, temores y expectativas frente al futuro. Las respuestas varían: que no haya guerras, que cesen las catástrofes naturales, que desaparezca la pobreza, tener éxito, ingresar en la universidad, tener una familia bien constituida, etc.

Alguna vez escuché algo así como que luego de una fiebre, en ciertos momentos del desarrollo, sigue un estirón, los chicos viven un crecimiento brusco de su talla. No sé si se trata de habladurías de abuelitas, pero algo parecido ocurre con el lenguaje en niños alrededor de 2 años, luego de una ausencia materna. Como que algo que estaba cocinándose bajo la superficie se dispara. ¿Por qué?

Uno pensaría que el análisis de las grandes vidas, por lo menos en el campo de la creación artística y científica, no sé si en el mundo de los negocios, debe concentrarse en el trabajo. ¿Qué hacen los genios durante las horas de actividad profesional? Hoy, cuando las semanas de los exitosos tienen 80 horas, parece lógico.

Sexualidad masculina vigorosa y predatoria, por naturaleza. Se desencadena con facilidad, también cuando el estímulo no es atractivo. Combinación de intensidad en lo primero y potencia en lo segundo puede terminar en violación. Hombre hipersexual y mujer coqueta. La seducción es suficiente del lado femenino: un macho de excitabilidad promedio puede terminar forzando.

“Y si me preguntas por qué soy profesor, te puedo decir lo que le contesté a quien fue mi tutor en el colegio, Eliahu Kehati: porque quisiera que, por lo menos, algunos de mis alumnos sintieran lo que tú me hiciste sentir: la pasión de preguntar ¿por qué?”, afirmé en una entrevista muy reciente.

Todos, unos mucho más que otros, sentimos que se ha interrumpido el curso de lo cotidiano. Ver nuestra calle convertida en río, nuestra vivienda en escombros, nuestro campo con todo el trabajo bajo el agua, significa un quiebre, una agresión a la continuidad de la vida. También cuando la irrupción de lo inesperado no es tan radical o hasta ridícula frente a lo mencionado, mucho queda pasmado. Los niños sufren el embate de manera directa o a través del discurso de sus mayores y de los medios. Los guiones no son los mismos y buscan adaptarse a los que rigen en la emergencia. Lo podrán hacer, sin duda. ¿Qué papel nos cabe a nosotros? Poner palabras. Dar el ejemplo. Situar el contexto. Definir lo que está pasando sin exageración, pero de manera precisa.

PISA se asocia a lo académico. Pero hay algunas preguntas que exploran cuánto sienten los chicos que la escuela los prepara para la vida adulta o si es una pérdida de tiempo. Podríamos esperar que quienes más contentos están con el colegio tienen las mejores notas.

¡Tantas cosas son opacas para mi mente! Lo que está ocurriendo y por qué está ocurriendo cuando presiono las teclas de mi computadora, por ejemplo. Que use algo no significa que lo entienda.

“El verano es soltería; una flaca, ni hablar. Hasta la fiesta de prom puede ser”, es un resumen de lo que vengo escuchando de parte de chicos y chicas: hay épocas del año en las que estar emparejado tiene ventajas. Como que ayuda a funcionar dentro de horarios más rígidos, obligaciones más pautadas, menos salidas. Pero la libertad estival, parece, debe incluir la falta de compromiso amoroso.

Los crímenes por amor exceden, en mucho, los cometidos por sexo. Sin el segundo se puede vivir —hay vidas castas por decisión—, pero sin el primero, como que la identidad personal y el sentido de propósito en la vida se fracturan.

Revisando un texto sobre las matemáticas del amor, me encuentro con los resultados de una interesante investigación. Miles evalúan el atractivo de distintas personas, de ambos sexos. Luego se mide la cantidad de mensajes que reciben en un lapso determinado; vale decir, su popularidad.

Darwin dedicó un libro a las emociones. Y no solamente las situó en el contexto de la evolución de la especie, sino también del desarrollo psicológico individual. La risa de los más pequeños, por ejemplo, fue considerada como un instrumento de comunicación.

Entre los lugares comunes, tan pomposos como vacíos, que escuchamos en la prédica educacional y organizacional está eso de que todo se puede, que si uno se atreve a soñar, con ganas, optimismo y tesón, el futuro depara grandes cosas. Los ejemplos abundan en las noticias, los libros de autoayuda, las autobiografías y los estudios de caso.

Dos personas conocidas por su agudeza lo dijeron. Mae West, que generalmente la evitaba salvo cuando no podía resistirla, y Oscar Wilde, que podía resistir cualquier cosa menos esa. Se referían a la tentación.

Estuve con un grupo de jóvenes —cultos, interesados en la actualidad, ambiciosos y normativos, de esos que uno quiere tener como alumnos o hijos— en un taller para discutir cómo ven el futuro, su futuro, en un mundo turbulento que ellos mismos habían definido en sendos ensayos. ¿Cómo cambiaban sus planes y perspectivas?

Navegando por las redes uno se siente acompañado. ¡Tantos otros a la mano! Enredados, entrelazados. Tiempo y espacio abolidos. Inmediatez asegurada. La opinión de todos importa y todos hacemos conocer la nuestra. De buenas o malas maneras, la hacemos llegar desde la humildad de nuestro lugar que abandona el anonimato.

Hay quienes quisieran dormirse el 22 de diciembre y despertarse el 1 de enero. Porque fin de año es menos simpático de lo que nos quieren hacer creer los burbujeantes mensajes y la agitación superficial en calles y plazas.

¿Alguien ha podido escapar a la seducción de bromas empaquetadas? Bombas apestosas, mecanismos que vibran o pasan una corriente cuando nos dan la mano, gomas de mascar tramposas, excrementos plásticos o tarántulas falsas ejercen una atracción irresistible. Producir sorpresa, miedo o asco nos hace sentir poderosos, tanto a adultos como a menores.

En una exposición sobre Internet, un especialista afirmó: “No es una tecnología pensada en los menores, sino en proteger la capacidad informática de los Estados Unidos de un ataque nuclear. No como Disneylandia, concebida con los pequeños en mente”.

Una madre preocupada por su hijo, el menor, de 15. Buen estudiante, presidente de la promoción, responsable. “Antes me contaba todo. Hasta ahora lo llamo mi bebito”, dice ella, “pero ahora se aleja, rehúye lo profundo y, sobre todo, me tiene loca con que le dé permiso para tomar. El otro día confesó dos sorbos de cerveza. Para su cumpleaños bromeó que esperaba un six pack y, muy serio, que en Año Nuevo no había manera de evitar el trago”, concluye.

Los seres humanos necesitamos protección. Sin ella, entre el parto que nos trae al mundo y bastantes años más tarde, no tenemos la menor posibilidad de sobrevivir. Y en un planeta muy hostil —¿de dónde han sacado que el nuestro es amigable?—, si no nos cuidamos los unos a los otros, lo abandonamos y pasamos a mejor vida.

La tina en los sábados por la noche, el trayecto en carro de casa al colegio en las mañanas, el dormitorio en la madrugada. Son momentos. Son lugares. Para muchos forman parte de la rutina, son el tejido de lo cotidiano, aquello que pasa sin dejar huella en la memoria y se esfuma en el tiempo.

Ochenta y cinco veces al día, más o menos. Para muchos, lo primero que hacemos al despertarnos y lo último que realizamos antes de cerrar los ojos. ¿Adivinan qué es? Sí, examinar una pantalla entre 4 y 7 pulgadas, según los casos, y pasear el dedo índice sobre ella. ¿Cuál es la probabilidad de que, digamos, en 10 de ese casi centenar de miradas y desplazamientos digitales, encontremos o produzcamos algún evento de importancia intermedia? Muy baja.

Un niño de tres años le pide a su mamá pan con mantequilla. Su mirada trasunta anticipación gozosa. “Mejor te voy a pedir una ensalada de frutas con mucha piña, naranja y manzana”, ella le dice. Él responde con un rotundo “nooooo”. Parece más broma compartida que una rebelión. La madre ordena pan francés calentito con mantequilla. No es una cruzada en favor de la salud ni contra la obesidad.

El otro día vi un gráfico que mide la evolución de los precios de diversos servicios y productos desde 1980. Aunque no entiendo mucho de economía, entendí que hay algunos que bajan de manera significativa, vale decir, se democratizan; mientras otros suben sostenidamente, en otras palabras, se hacen más elitistas.

¿Medimos lo mismo cuando nos despertamos que cuando nos vamos a dormir en la noche?, ¿si tuvieras 7 días más de vida, te gustaría saberlo?, no son un inicio de clases convencional, que digamos. Pero, cuando ocurre, el debate se produce y, casi siempre, los alumnos descubren, confrontan y, quizá es lo más importante, se dan cuenta de que sus ideas sobre muchos de sus compañeros son bastante prejuiciosas.

“Es un placer invitaros”, dice un correo electrónico que va al spam. “Ser jodidamente…”, escribe un columnista en el diario más formal del país. “Invitaros” suena ridículo; “jodidamente”, normal, y “spam”, trivialmente claro.

Hay sociedades en las que la fe religiosa no juega un papel importante. Los europeos están en ese camino y los japoneses también. ¿Significa eso necesariamente el abandono de los rituales? La pregunta proviene de una conversación sostenida hace poco con una mujer joven que está intentando quedar embarazada, sin éxito hasta el momento, de un segundo niño.

Nuestro equipo de surf es campeón mundial ISA. Un deporte que en 4 años será olímpico. En Tokio habrá oro, plata y bronce para los mejores. Ideal para combinar dinero, motivación y aspiración. Gobierno, empresas y gente. Certera apreciación de Luis Brandwayn, colombiano que vive en nuestro país. El fútbol, deporte apasionante y mediático, nunca va a traer medallas de oro. Ni de madera.

Una investigación deliciosa, hecha hace 43 años, en Princeton, sobre conducta altruista. Se les dijo a seminaristas que iban a dar ya sea una conferencia sobre la parábola del buen samaritano, llamémoslos idealistas, ya sea sobre la mejor manera de conseguir un trabajo bien remunerado, bauticémoslos prácticos.

Una madre preocupada porque no logra transferir responsabilidad hacia su hija en lo tocante a la preparación cotidiana de la lonchera para llevar al colegio. Trata de negociar con su hija y le dice que, contrariamente a sus progenitores, llenos de obligaciones, como trabajar, ella –la chica– no tiene sino unas pocas, y que puede encargarse de algo tan simple. Hasta ahora no ha tenido éxito y la cosa termina en discusiones.

La lista de rasgos de personalidad que los cazadores de talento buscan en sus potenciales presas, que terminan, luego de diferentes filtros, trabajando en las empresas más importantes, es larga. Entre los más importantes: variantes de asertividad, confianza en sí mismo, ambición, seguridad. Es lo que también buscamos promover y reforzar en nuestros hijos, alumnos y estudiantes. ¿Y la humildad?

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