26.ABR Viernes, 2024
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Opinión

“Actuamos así porque sabemos que en nuestra sociedad todos somos objeto de desconfianza, que el éxito se castiga con desprecio (…)”.

Estamos mal acostumbrados. Cada vez que tenemos una buena noticia estamos más preocupados por los ataques que recibiremos que por la ola de entusiasmo que podemos provocar. Sucede en todos los sectores, públicos y privados, con fines de lucro y sin fines de lucro. Es uno de los males nacionales más recalcitrantes. No es casual que esto sea así. Generalmente el rechazo de las minorías activas y cerradas tiene más impacto que las diversas mayorías que celebran silenciosamente los cambios esperados.

Nuestro reflejo primario al elaborar alguna propuesta nos empuja a pedir disculpas de forma anticipada o, por el contrario, a ser agresivos desde el arranque para intimidar a quienes se atrevan a descalificar nuestras iniciativas. Guerra avisada. Profecía autocumplida. Actuamos así porque sabemos que en nuestra sociedad todos somos objeto de desconfianza, que el éxito se castiga con desprecio, que la ambición se ve mal, muy mal. Acaso la enciclopedia de anatomía de los peruanos se podría reducir a dos órganos, el hígado y el corazón.

Entonces, para evitar la exposición, se opta por el perfil bajo. Y cuando es necesario anunciar algún proyecto relevante, se hace de tal forma que el mensaje se recorta hasta el autoboicot o la comunicación se hace tan introvertida que pasa desapercibida. Y no estoy hablando solo de los grandes proyectos industriales o de infraestructura, sino también de importantes programas sociales y de los casos de éxito de nuestras menospreciadas instituciones públicas. Aunque no lo crean, pasa de forma recurrente.

Nada bueno puede salir de una planificación a la defensiva. Perdemos energía de antemano para orientarnos hacia los demás, para animarlos o convencerlos. Solo se ganan adhesiones, y se generan alianzas y sinergias, comunicando con entusiasmo. Es obvio pero se olvida. Eso no significa que se deban desatender las críticas –¡quién es perfecto!-, pero en nuestro país necesitamos escuchar a los resistentes desde esa vocación optimista que confía en que las grandes transformaciones son posibles.

Tengo la impresión de que el nuevo gobierno ha definido quién es su principal interlocutor. No son las otras fuerzas políticas, es la gente. Los peruanos no están interesados en las pugnas o las revanchas de los desprestigiados actores de las desprestigiadas organizaciones políticas. Los ciudadanos tienen demandas urgentes y el nuevo premier las ha subrayado con claridad. Desde allí debe organizarse la negociación política con todos. En estos días se ha hecho evidente la urgencia de que la política le hable al país, ya no a sí misma, que comunique con energía a una ciudadanía ávida de cambios. Necesitamos un gobierno contracultural: que comunique con alegría las reformas urgentes, sin reparos ni timidez. Al final, el pueblo manda.


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