El alcalde de Lima está confundido. Cuando los concejales de oposición le piden información sobre las obras municipales en curso, y sobre diversos aspectos administrativos, responde denunciando mala onda detrás de estas ordinarias preocupaciones. En realidad, solo le están exigiendo que rinda cuentas, como le corresponde a todo funcionario o autoridad. Tal vez el alcalde, que se supone es un excelente gestor, podría responder con cifras y plazos para demostrar que su administración es limpia y sus obras son adecuadas, es decir, que se hacen bien y sin sobrecostos. Pero su respuesta a la defensiva justifica, una vez más, esas sospechas.
El alcalde no solo parece estar confundido sobre sus deberes. Sus obras ya no ofrecen el mensaje arrasador de antes. Un ejemplo. En el verano pasado, en los peajes se distribuyó una cartilla con fotografías de los proyectos terminados y en ejecución durante el primer año de su gestión. Pero eso, ni sus videos, ni sus carteles parecen desalentar la creciente mala imagen que existe sobre su trayectoria. En las últimas encuestas (Ipsos), quienes lo rechazan consideran que es corrupto (obras sí pero con tajada) y que no está solucionando los graves problemas de tránsito y seguridad ciudadana (es simbólico que en dichas cartillas se vean grandes diseños de infraestructura donde no aparecen personas). No por mucho construir se amanece con una ciudad más amable para sus vecinos.
Sin embargo, el alcalde aún luce una mayoritaria aprobación ciudadana (64%). Es inferior a sus anteriores gestiones pero sigue siendo envidiable. Acaso esto se debe a que los ciudadanos no tenemos una expectativa exigente con nuestra ciudad. De hecho, insistimos en conducir como bestias. Despreciamos el espacio público. Preferimos el transporte privado atascado en cada esquina, en vez de exigir un trasporte público decente y de calidad. Ante la esperada negligencia de los gobernantes, celebramos que alguien trabaje duro aunque no resuelva nuestra pobre incivilidad. Premiamos entonces al alcalde sin reparos en inaugurar obras heredadas de la anterior gestión como suyas y que tiene un manejo presupuestal poco justificado.
La comunicación política de Castañeda era efectiva. Declaraba poco y se presentaba frente a maquetas o con el casco puesto en plenas obras. Mostraba resultados mientras evitaba el debate. Y no había críticos que le movieran el piso. Eso ya no le está funcionando. La oposición lo ajusta y responde mal. La campaña #HablaCastañeda lo irrita. Los ciudadanos, hartos del caos, progresivamente respaldan menos al ‘Mudo’. Puede que su popularidad todavía sea positiva, pero su legado en unos años tal vez sea difuso, tan difuso como su escasa vocación por la transparencia.
Si te interesó lo que acabas de leer, recuerda que puedes seguir nuestras últimas publicaciones por Facebook, Twitter y puedes suscribirte aquí a nuestro newsletter.