Hace un siglo, en sociedades como el Perú, las mujeres no iban a la universidad. Tampoco podían ser propietarias. Se esperaba que realizaran tareas domésticas. Si trabajaban fuera de casa, debía ser en áreas relacionadas al mundo doméstico. Recuerde: las peruanas recién tienen derecho al voto desde hace seis décadas. La vida de las chicas de hoy no se parece en nada a la de sus abuelas.
Las cifras demográficas son inapelables. En 1980, las mujeres, en promedio, tenían 4.6 hijos y en 2005, 2.8. Casi la mitad. En el mismo periodo, el primer hijo se concebía hacia los 24 años, después a los 32 años. El censo del próximo año mostrará que esta tendencia se sigue perfilando significativamente. Las mujeres antes de ser madres quieren estudiar y consolidarse profesionalmente. Y gracias a ese empeño tienen mejores notas que los hombres en la educación superior.
El nuevo rol de la mujer, sin duda, ha empujado a la transformación de la familia peruana y del nuevo papel que asumimos los hombres. Para muestra un botón. Muchos de nuestros abuelos tenían más de una familia. Antes la poligamia, si bien era ilegal, era aceptada socialmente. Ahora resulta inimaginable, pues las mujeres son cada vez más independientes y no toleran, felizmente, ciertas tradiciones decimonónicas.
En pocas palabras, las maneras de ser hombre y ser mujer vienen transformándose en todos los grupos de nuestra sociedad, aunque no en todos de la misma forma. Cuando los investigadores (y los activistas) hablan de género se refieren precisamente a estas realidades y a sus expresiones en la vida de los individuos, las familias, el trabajo, la política y, obviamente, la sexualidad. No son posturas neutrales ni asépticas. Ninguna forma de conocimiento lo es. La pretensión que los inspira es profundamente liberal. No es casual, entonces, que quienes denuncian la “ideología de género” destaquen su “sesgo” y su abierta pretensión laica.
Tal vez en estos días usted ha escuchado las acusaciones –porque no hay debate– sobre las perversiones que esconde la “ideología de género” y cómo se ha colado en el currículo del Ministerio de Educación. Delante hay mucha manipulación: circulan materiales educativos apócrifos como pruebas del contrabando ministerial. Detrás, en cambio, hay una legítima reacción tradicionalista. Lea, sin embargo, el currículo nacional: no se propone que los maestros enseñen a masturbarse a nuestros hijos ni nada por el estilo. Lo que sí encontrará es un mensaje claro: que hombres y mujeres somos biológicamente diferentes y que, a su vez, debemos ser iguales en deberes y derechos. Ciudadanía para todos.
Cuidado, entonces, con quienes denuncian la “ideología de género” desde otra ideología que no acepta los nuevos modelos culturales que vienen derrumbando lo que queda de esa sociedad tradicional, machista y desigual de antes.
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