16.ABR Martes, 2024
Lima
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Opinión

“Hay vecinos que no entienden que la calle es la calle y su casa es su casa. Para ellos el espacio público debe existir en cualquier lugar menos al frente suyo”.

¿Qué significa que haya urbanizaciones donde no existen veredas? Tienen tranquera en la entrada y fueron diseñadas para que sus residentes transiten en auto y sus empleados a pie. Trabajadores del hogar que caminan por las pistas sin estatus de ciudadanos, es decir, carentes de los mismos derechos que sus propietarios. Como en ciertos balnearios donde el malecón no se construyó para evitar las visitas de los “foráneos”. Si quieres cruzar mi zona, date la vuelta, no toques mi burbuja.

¿Qué significa esto, entonces? Primero, que no hay Estado (bis). Segundo, que no hay lugar para la vida barrial (no hay esquina) ni para el encuentro vecinal (se evitan los parques o se enrejan). Tercero, se evidencia un menosprecio por la vida comunitaria: cada quien vive encerrado en su casa. En el mejor de los casos nos encontramos detrás del muro de mi hogar. Se trata, pues, de familias solventes con una inmensa pobreza ciudadana.

¿Qué significa que haya personas que creen que la vereda que colinda con su casa es suya? Hay de dos tipos. Están los que fundaron el barrio en los extramuros de la ciudad. Con mucho esfuerzo invadieron terrenos baldíos y luego consiguieron el reconocimiento de su derecho a una vivienda. Son propietarios que se sienten con ese “derecho” porque, literalmente, ellos construyeron la vereda. Se urbanizaron sin Estado ni urbanizadora. Y también están los de barrios mesocráticos que pagan sus prediales y se sienten dueños de la calle. Atrévete a estacionarte frente a su puerta: te mirarán mal (y hasta te gritarán) por ocupar “su” sitio. Tampoco quieren “foráneos” al frente. Y odian estacionar a unos metros de su hogar. ¿Qué significan estas actitudes, pues? Que hay vecinos que no entienden que la calle es la calle y su casa es su casa. Para ellos el espacio público debe existir en cualquier lugar menos al frente suyo.

Por último, están quienes toman la calle con impunidad. Como los ambulantes de los ochenta que invadían avenidas enteras y se indignaban cuando se les invitaba al retiro: “Tengo derecho al trabajo, ¿quieres que robe?”. Otro ejemplo, más actual: el que estaciona todo el día –o toda la noche– gratis porque está convencido de que le corresponde. Monopoliza el espacio común a su favor. Anda dile que le pague a la comunidad por ese espacio que es de todos.

Al igual que todos los casos anteriores, su interés personal se impone sobre el bien colectivo, ese bien que, en verdad, no existe.

Nuestra ciudad es caótica; nuestra ciudadanía, subdesarrollada. Todos se acusan entre sí o se descalifican mutuamente. Todos señalamos la falta del otro buscando nuestra “razonable” excepción. ¡Vaya mediocridad colectiva en la que vivimos!


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