Al inicio todo gobierno genera entusiasmo. El de PPK no fue la excepción. Durante el primer mes contaba inclusive con la aprobación de la mitad de quienes votaron por Fujimori. Le ayudó lucir un estilo fresco y franco que incomodó a los convencionales. Los ejercicios matinales, los mandamientos para sus ministros, sus mensajes a través de las redes sociales, su sentido del humor casual, todo apuntaba a una buena idea: conectar con la gente y desde esa conexión relacionarse con el aparato estatal y los demás actores políticos. Al contar con un gobierno sin partido ni mayoría en el Congreso, la popularidad podía ser el único activo político manejable desde el cual otorgar cierta estabilidad a su gestión. Ahora notamos que esto no fue parte de una estrategia sino, apenas, el resultado de la espontaneidad.
En estos días observamos cuán mal cosido estaba el traje presidencial. No debería sorprendernos. Ya en la campaña se hizo evidente que el liderazgo de Kuczynski no era el óptimo para enfrentar las tormentas de la opinión pública y los embates de sus oponentes. Y gracias a Toledo y Humala, ya sabemos qué sucede cuando un candidato ganador improvisa un aparato electoral y se rodea de fieles sin camaradería ni filo político. La sastrería de nuestro endeble sistema político da, pues, los conjuntos que da.
Las sospechas contra sus asesores y Violeta, las denuncias a los viceministros, sus declaraciones contradictorias sobre el caso Moreno, su evidente oportunismo –consagrar al Estado después de mostrarse abiertamente liberal–, su respuesta absurda sobre la jefa de protocolo de Palacio, todo eso está evidenciando que el presidente no se prepara, que no existe táctica ni estrategia –solo reacciones inmediatas–, que no hay equipo integrado ni mensajes cuidadosamente elaborados. Vemos a un gobierno que recién empieza –encima con una bancada muda y dividida–, que no se maneja con el profesionalismo que uno esperaría de personas como Zavala, Aráoz y Vizcarra.
Acaso PPK cree que su vasta experiencia pública y empresarial es suficiente para dejarse llevar. Acaso su mancha aún no se atreve a cuadrarlo. Tal vez no sabían que el juego político exige estar siempre delante de las jugadas (en política no se espera, nunca). El gobierno no define aún con claridad sus propias banderas ni está atendiendo adecuadamente la ansiedad popular. Está disperso. Ojalá Kuczynski se asuste con las próximas encuestas y adopte el sentido de urgencia que la opinión pública le demanda. Ojalá entienda que un presidente que pierde la precaria confianza de los peruanos ya no se recupera más. Y entendimos que lo suyo era recuperar el sueño republicano. Sería fatal que perdamos esta oportunidad. Sería fatal, no para el presidente, sino para todo el país.
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