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Opinión

“PPK se pinta como un capitalista con sentido ético, un liberal que busca recuperar la promesa fundacional de la República”.

Imagínense que no era PPK quien nos ofrecía el discurso en el Congreso sino un político socialista, un defensor de los trabajadores y de los desposeídos del campo y la ciudad, un activista por los derechos de las minorías y de las mujeres, un profesional comprometido con la educación, la salud y el medio ambiente. Hubiera sido lo esperable. Pero ese mismo discurso hubiera provocado el temor de muchos analistas y de una buena parte de la ciudadanía. Se hubiera acusado la ausencia de prioridad en el crecimiento y las inversiones, se hubiera advertido que su visión engordaría injustificadamente al Estado, que su opción preferencial por los pobres descuida al resto de peruanos, especialmente a las clases medias. Pero era Kuczynski. Y la centro derecha no se ha asustado. Y la centro izquierda no ha replicado.

El mensaje del nuevo gobierno es inequívocamente social. Es más, PPK lo ha titulado “revolución social”. Acaso porque sabe que damos por sentado que el equilibrio macroeconómico y el crecimiento están asegurados, el presidente puso énfasis en denunciar las grandes carencias nacionales. Llamémosle reformismo, dado que el membrete “socialismo” queda desproporcionado.

Un reformismo que subraya la integración y el reconocimiento, la igualdad y la justicia. Pero en vez de nivelar a todos hacia abajo buscará nivelar a los pobres hacia arriba y convertir la pujanza informal en una nueva fuerza económica, por fin en un emprendimiento sostenible. PPK se pinta como un capitalista con sentido ético, un liberal que busca recuperar la promesa fundacional de la República.

Fue un discurso presidencial conciso, claro y repetidamente conciliador. No mencionó cifras imposibles de retener ni apeló a la interminable lista de obras que al final no comunican el propósito. Más bien, recuperó la idea de lo que debe ser un mensaje a la Nación. Señaló sin reparos su sesgo hacia el reformismo y trazó los lineamientos de una administración que deberá preparar al país para su bicentenario. A diferencia de la campaña electoral, esta vez su estilo chocho, y hasta su persistente tos, favorecieron la empatía.

Su espontaneidad no le restó liderazgo. El candidato poco imperativo se ha transformado en el estadista que propone una agenda nacional trascendente. Y digo trascendente porque en el Perú la reivindicación de la ciudadanía, lo más elemental, resulta revolucionaria.

PPK se dirigió principalmente a la gente y desde allí convocó a todos los grupos políticos, especialmente a la mayoría fujimorista, aún ensimismada y resentida. Esa debería ser la apuesta estratégica de este gobierno: unidad, firmeza y alegría. No existe otra forma de revertir la exclusión y la intolerancia que con alegría. No otra para contrarrestar la oposición congresal. Ojalá nos vaya bien a todos.


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