En feriados como estos la ciudad tiene dos caras. En los barrios de sectores altos y medios las calles están tranquilas y los parques también. El ambiente es sosegado. Vas al cine o a un restaurante y no encuentras saturación. No es lo mismo en los barrios populares, allí las calles están alegres. Es como un domingo amplificado. La gente está afuera conversando, bebiendo, jugando, comiendo. Los negocios funcionaron (casi) normalmente el jueves y viernes para liberar a sus dueños el fin de semana. Ahora los mercados bullen antes del almuerzo. El movimiento es alegre pues no lleva el estrés de cada día. Cuando hay días no laborales como estos, ambas ciudades tienen escala humana.
La noche previa al feriado es auspiciosa para el cariño. Muchos amigos se reencuentran. Mientras más tiempo haya pasado desde la última reunión, la probabilidad de que las emociones sean más intensas aumenta, para bien o para mal. En estos días los antiguos patas de la promoción, la cuadra, la parroquia, la asociación, el pueblo, la chamba, en fin, lo que corresponda, se toman las fotos respectivas para subirlas inmediatamente a las redes. Luego quedan esas mismas imágenes para recordar más adelante a los que ya no están o a quienes extrañamos desde este pequeño y caótico lugar del planeta.
Los feriados de estos días son muy distintos a la Navidad o al Año Nuevo, donde el balance personal y el espíritu familiar se imponen. Ahora estamos invitados a la devoción cristiana. Por lo menos así era antes. Cuando era niño la muerte del Mesías proyectaba su sombra lúgubre en todo. O por lo menos así lo vivíamos en la parroquia del Sagrado Corazón de Lince y en nuestras familias. Se sabía que estaba prohibido manifestar cualquier exclamación de felicidad, además de comer carne y bailar. La Semana Santa debía ser estrictamente silenciosa, entregada a la oración y el recogimiento. Ya sabemos que dejó de significar hace mucho tiempo una oportunidad para refugiarnos del mundo moderno y sus invencibles tentaciones. Hoy es laica.
Algunos salen de viaje como si fueran vacaciones. Otros aprovechan para cerrar la temporada de verano, exprimiendo al mar. La mayoría participa de esas reuniones amicales o barriales que mencioné líneas atrás o se encierra para ver los capítulos de los seriales que tiene pendientes. Muy pocos vuelven a los rituales católicos para bajar el volumen de su vida. Yo pertenezco al grupo laico. Pero que haya renunciado a esa tristeza celestial no quita que aproveche esta involuntaria calma para escuchar realmente dentro de mí. Lo hago. Intento repasar mi camino. Y comprenderlo mejor, lo confieso con respeto, si me acompaña alguna amable bebida espirituosa.
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