Cada semana hay un alboroto. Cada semana Facebook y los principales medios de comunicación –sí hasta los principales– nos traen por lo menos un escándalo que se vuelve tendencia en las redes. Los casos son variados y diversos. Van desde las íntimas discrepancias de una parejita de la farándula hasta un “por confirmar” caso de corrupción, pasando por el disparate de algún líder de opinión. La clave está en que el exabrupto tenga potencial para elevar el rating respectivo.
¿Vale equiparar las teatrales diferencias de los chicos de Esto es Guerra con las negligencias o dolos de un alcalde o presidente regional? ¿Vale comparar el drama de un futbolista venido a menos con el fraude de, por ejemplo, la cabeza de un emporio empresarial? Sí. Todo lo frivolizamos. Esta semana, por ejemplo, la anécdota de Patricia del Río inundó las pantallas de los internautas hasta el hartazgo y el tema de fondo pasó a segundo plano una vez más. Transcurren los meses y la gran mayoría de la ciudadanía no entiende qué es esto de la equidad de género y qué relación tiene con la vida diaria. Así, entre tantos desvíos, las violencias privadas que nos aquejan se mantienen protegidas por la ignorancia y la manipulación que promueven gran parte de los medios de comunicación. Nada es casual. Piense en el estilo de Phillip Butters y comprobará que se trata de un buen negocio político y comercial.
Nuestra prensa es pobre. Una evidencia: esos desinformados reporteros que apenas balbucean preguntas impertinentes o estúpidas. Otra evidencia: esos reconocidos periodistas que no se preparan, se sobran y nos ofrecen entrevistas obvias o, en su defecto, impactantes pero vacías. Sin importar la solidez profesional de ambos extremos, el efecto es el mismo. Ahora súmele la deplorable calidad de la mayoría de los líderes políticos y de opinión. Ahora súmele la sed de confrontación de las pandillas que abundan entre el gran público.
Cada una de estas contingencias se convierten en la excusa perfecta para que unos y otros se golpeen verbalmente, sin cansancio. Fujimoristas y antifujimoristas. Creyentes y anticlericales. Derecha e izquierda. Izquierda moderada e izquierda extrema. Etc. Todos utilizan a su favor la anécdota semanal para contaminar aún más una plaza pública que ya luce partida e intrascendente. Llamar al diálogo es absurdo. Tratar de ponerse en el lugar del discrepante es un suicidio.
Cada quien contribuye con entusiasmo a la farsa para postergar la atención hacia los grandes desafíos nacionales. Celebramos al que escupe más lejos, al que eructa más fuerte. En cada arrebato sobredimensionado evidenciamos la desnutrida cultura ciudadana que nos caracteriza. Nos cuesta entender que la verdadera radicalidad en un país archipiélago pasa por construir puentes.
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