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Opinión

“Cuando llevas el timón de tu obra, no te importan los horarios, ni le prestas atención al cansancio. Cuando estás conectado con tus demonios, sigues corrigiendo, no postergas nada. No todos tienen esta suerte. Muchos viven trabajando para los intereses de otros”.

Hay semanas en las que el trabajo lo llena todo, me sigue después de la oficina, se entromete hasta en mis madrugadas mucho antes de levantar a los niños para el colegio. Días en que un proyecto empuja al almuerzo hasta la hora del lonche, me hace escribir con un ojo un documento mientras con el otro respondo mensajes urgentes. Chambas que destruyen mi paciencia y, entonces, las friego por ansioso o malhumorado.

Hay tardes de invierno en las que ya no siento el frío porque estoy saltando de un lado a otro, apagando incendios. Fines de semana en los que digo que ya no vuelvo a aceptar un encargo semejante, por más bacán que me parezca, aunque sospecho que voy a reincidir en el vicio. Domingos en que me siento culpable de tener a mis hijos distraídos frente a la pantalla para poder avanzar con los pendientes. No estoy bien cuando noto que retrocedo a las épocas en que vivía, como un adicto, solo para trabajar.

Felizmente no siempre es así. Cuando me organizo, y por fin delego, y cumplo con los horarios, y me atrevo a decir que no, se acaba el heroísmo y la vida se equilibra solita. Siempre. Sin embargo, hay épocas en que las cosas se juntan y solo toca ir para adelante. A quién se le ocurriría despreciar chamba.

Sentir que eres el dueño de tus actos, de la parte del contrato que has firmado, aunque a veces los clientes te hagan sentir que ellos la llevan, es imprescindible. Sentir que eres el resultado de tu trabajo, que lo haces y te hace, que tu grano de arena es valioso, es un privilegio. Cuando llevas el timón de tu obra, no te importan los horarios, ni le prestas atención al cansancio. Cuando estás conectado con tus demonios, sigues corrigiendo, no postergas nada. No todos tienen esta suerte. Muchos viven trabajando para los intereses de otros. A la mayoría no le queda otra que someterse a las arbitrariedades de jefes que no saben lo que quieren, que se afirman en la negación de sus subalternos, que piden compromiso a cambio de una visión que a nadie seduce.

Pienso en la gente que celebra la llegada del viernes como si escapara de la cárcel y en los que buscan la estabilidad para toda la vida. Pienso en el mártir que está orgulloso de no tener vacaciones, pasatiempos ni familia. Y pienso en los que se rebelan y están donde quieren estar. Ya vienen los feriados de medio año: una invitación a encontrarle sentido a nuestro trabajo y postular a esa estabilidad interna que siempre se nos escapa.


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