22.NOV Viernes, 2024
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Opinión

A menudo, en el Perú, el fin de una emergencia –como la inundación de territorios habitados y el desabastecimiento de agua– trae consigo, también, el fin de la voluntad de cambio. ¿Es posible ponerle término a ese reiterado volver a la modorra después de una tragedia?

Para ser un gobernante nacional o regional previsor, y para trabajar honestamente, no hay que ser de izquierda ni de derecha. Tales conductas no están, ni de lejos, regidas por ideologías.

Los chilenos, golpeados en el año 2014 por el tsunami de los días finales del primer gobierno de Michelle Bachelet, reajustaron durante el gobierno de Sebastián Piñera sus sistemas de alerta, con efectos francamente positivos.
La naturaleza no es culpable de las desgracias. Desde octubre, en Quito hubo 118 emergencias y 121 deslizamientos, y la ciudad aguanta bien. La razón: “tiene cubierto el 93% de su territorio en alcantarillado” y “unos 6000 km de redes y colectores” (El Comercio, 18.3.17). Los desbordes del río Zarumilla –frontera entre el Perú y Ecuador– han golpeado fieramente a Tumbes, en especial su agricultura, pero en Ecuador no. La causa: allá se prepararon construyendo un muro de contención de 15 kilómetros que resiste hasta hoy.

El gobierno del presidente Pedro Pablo Kuczynski tiene la oportunidad de movilizar al Estado para reconstruir, sobre bases seguras, todo lo mal hecho en las últimas décadas; para acometer las tareas pendientes; y para castigar en caliente todo viso de corrupción.

Debe hacerlo. Da lo mismo que los gobernantes sean neoliberales o de cualquier tendencia. Lo importante es que tengan visión, voluntad política y sentido nacional.

Seguir dejando que las personas vivan en peligro es condenarnos, como país, a una especie de suicidio permanente.


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