16.MAY Jueves, 2024
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Opinión

Hace diez años el Gobierno chino terminó con la política de fijar su moneda (el renminbi) al dólar e inició un régimen de “tipo de cambio administrado”. Desde ese momento, la moneda del gigante asiático ha ganado estatura en el comercio e inversión global, así como en su valor como reserva de valor.

Luego del éxito que tuvo para China la apertura comercial, el gobierno, según muchos analistas, estaría inmerso en una nueva meta geopolítica de largo plazo y esta es la de convertir a Shanghái en una de las principales fuentes del capital global (actualmente en manos de EE.UU., Londres y Hong Kong). Y para ello es imprescindible que a la apertura comercial le siga la apertura de los mercados financieros.

Y es que sin una moneda internacionalmente respetada (lo que requiere credibilidad en el manejo de la moneda frente a la fluctuación), esta ambición va a ser muy difícil de materializar, y la soberanía de la segunda economía más grande del mundo continuaría supeditada a la influencia del dólar.

Si bien algunos analistas esperan que el gobierno se mueva rápidamente hacia la apertura financiera (lo que incluye el mercado doméstico de bonos, que según el Financial Times es el tercero en tamaño a nivel global). Sin embargo la voluntad de las autoridades de dirigirse hacia la internacionalización de la moneda se pone en duda. Como se vio recientemente, hubo una intervención no transparente en el mercado de acciones para parar la caída en la cotización bursátil y así defender el crecimiento económico. Y este es el talón de Aquiles de China. La internalización del renminbi requiere la apertura de los mercados domésticos de capitales, pero para ello hay que ceder influencia al capital internacional, lo que levantará inevitablemente temas como gobierno corporativo, credibilidad y probidad administrativa de los gobiernos locales. Lo que Pekín llama “asuntos internos”.


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