20.MAY Lunes, 2024
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Opinión

“Nunca hemos tenido que asumir tanto riesgo por las rentabilidades que disponemos”. Fue la frase de la estratega de Franklin Templeton en su última conferencia anual a mediados de este año. A esta reflexión se suma la inquietud de miles de ahorristas que luego de casi tres décadas de interesantes rentabilidades ven sus ingresos anuales (a los que ya se acostumbraron) mermados por la baja performance de su capital.

La era de tasas de interés a la baja (iniciada por Alan Greenspan a fines de los 90) se tradujo en la era dorada de los bonos, que cumple ya casi tres décadas y que parece haber iniciado su final. Al boom de los bonos se le sumó, a inicios de este siglo, la euforia emergente manifestada en rentabilidades de dos dígitos durante más de 10 años (suspendida brevemente por la crisis financiera internacional del 2008). Luego llegó la recuperación estadounidense, las (tímidas) reformas europeas acompañadas por la histórica expansión monetaria de los bancos centrales de Europa y Japón, y el fin de la locomotora económica china, lo que llevó al dramático viraje de las rentabilidades desde el mundo emergente hacia el mundo desarrollado.

Hoy, la pregunta es ¿adónde se dirigirá la rentabilidad? Los mercados emergentes muestran precios atractivos, producto de las caídas experimentadas, pero persisten problemas graves de competitividad e institucionalidad, mientras que los precios en el mundo desarrollado no parecen tener mucho espacio más para crecer.

Surge la opinión sobre si los efectos de una política monetaria basada en la inyección de liquidez no ha empezado a decrecer. Y es que sin la inclusión de nuevos actores a la oferta de instrumentos, el riesgo precios por encima del valor real de las inversiones persistirá. Parece pues que ha llegado el momento de pasar de la búsqueda de rentabilidades de dos dígitos en el corto plazo a una más aplomada (y por lo tanto más sostenible) estrategia de rendimientos menos ambiciosos pero más estables.


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