17.MAY Viernes, 2024
Lima
Última actualización 08:39 pm
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Opinión

Si bien el viernes fue el último día para el proselitismo político, lo cierto es que mientras lea esta columna, los medios a través de las redes sociales estarán transmitiendo en tiempo real las actividades de los presidenciales. Es la verdadera recta final, la que empieza con el desayuno electoral y termina luego de emitir el voto.

Los candidatos son observados al milímetro. Las cámaras los enfocan, los móviles los siguen y la gente que se aglomera en los colegios va en busca de la «celebridad». Se quiere conocer al candidato, tocarlo, confirmar si es como dicen los medios.

La carga emocional del elector peruano es altísima. Y los famosos trending topics de las últimas horas así lo demuestran. Gente que se desilusiona, que descubre, que se suma, que se aleja.

Desde muy temprano, los periodistas preguntarán qué tal el juguito de naranja, el pan con chicharrón, el omelette, la ensalada de frutas o lo que vean en la mesa. Soltarán comentarios relacionados con la dieta y las calorías. Los periodistas hacen su trabajo, a su estilo, alborotados y repitiendo clichés que son motivo de burlas en las redes sociales.

Luego del espectáculo gourmet para las cámaras, lo habitual es que se refugien en casa o en centros de campaña. Todo es muy predecible. Quizá algún candidato –como lo hizo Humala– salga a correr o quizá intente ir a misa (pero recuerden que no hay misas por los comicios). Todo es muy predecible para quienes cubrimos elecciones desde los 90, tiempo en que se impuso el show del desayuno.

A los candidatos les toca ofrecer su mejor cara, así el café sea malo y ya sepan los resultados de las encuestas que no se pueden difundir; pero que todos saben. Sonreír así el huevo esté frío. O el chicharrón muy grasoso. Deben disimular que les incomodan los micrófonos sobre la mesa, los brazos que se cruzan por encima de la teterita. La falta de intimidad. Deben ignorar los humores de los reporteros y el «estamos en directo» chillón. Es un show y casi todos lo saben. O para eso están los asesores.

No es desayuno. Suele ser una performance, donde harían bien en ser auténticos –si pueden– o seguir la cuerda: sonreír, responder las bobas preguntas y soportar las impertinencias.

En estas horas, los gestos cuentan tanto como a la hora del debate y a lo largo de la campaña. Deben parecer firmes, amables, dispuestos y optimistas. Y hasta el desayuno debe «coincidir» con el estilo, así que es fácil presumir qué se encontrará en la mesa de los presidenciables.

Recuerdo a Andrade, el ex alcalde de Lima, y sus clásicos chicharrones. Limeñísimo, generoso. Recuerdo a Alejandro Toledo, Eliane y Chantal, la hija de ambos, compartiendo un desayuno novoandino que apenas probaron por falta de tiempo. Descuidar estos momentos estelares sería un grave error.

El desayuno electoral se interrumpe de golpe, y los candidatos salen a votar, como estrellas fugaces. Les siguen los periodistas. Los aprietan, los empujan, les ordenan que miren a la cámara.

Los presidenciales deben recordar que son observados, que hay gente que decide su voto el mismo día, que se las juegan hasta el final.

Un buen gesto y una buena actitud (la política es una suma de detalles también) pueden ser importantes, sobre todo en el escenario que tenemos encima, y que no podemos comentar; pero que ya sabemos.

La política es un show. Cualquier mala acrobacia será dispararse a los pies y causar una indigestión sin retorno.


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