18.MAY Sábado, 2024
Lima
Última actualización 08:39 pm
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Opinión

Algún día se me van a acabar las lecciones. Algún día sentiré frente a mis alumnos lo mismo que he sentido mil veces frente a la página en blanco. Nada que decir. Ese día llegaré al salón y les diré: Bueno, cojan un libro y lean. Y me pasaré el resto de la clase leyendo también, con los pies sobre el escritorio. Jódase el mundo, yo no me llamo Raymundo. Y hablando de Raymundos, fue justo Ray Bradbury, uno de los más geniales escritores norteamericanos, autor de joyas como Fahrenheit 451, Crónicas marcianas y Las doradas manzanas del Sol, quien dijo que no se podía aprender a escribir en la universidad. Y tenía razón. Los profesores creen que saben más que uno –contaba Ray–, ellos quieren que escribas como Henry James, pero ¿qué pasa si tú no quieres escribir como Henry James? En cambio, una biblioteca no tiene límites. Aprendes todo lo que quieres. Él mismo no pudo ir a la universidad porque terminó el colegio durante la Depresión, así que lo que hizo fue ir tres veces por semana a leer a la biblioteca. Al cabo de 10 años, terminó leyéndosela toda y cuenta que hasta el decano le regaló una toga y un birrete y lo graduó. En esto pensaba yo la semana pasada que me enyesaron el tobillo y tuve que suspender mis clases. Tirado en mi cama, me pregunté qué estarían haciendo mis alumnos con esas tres horas libres. Y pensé: Si están leyendo un libro, ya no me necesitan. No hay nada tan revelador que yo pueda decirles que no haya sido ya escrito por algún genio como Bradbury. De hecho, la única razón para que yo siga dictando clases es que soy un bicho catalizador de las ganas, soy el dengue de la literatura. En cuanto ellos estén infectados, podrán prescindir de mí. Hay una chibola locaza llamada Rachel Bloom que en el 2010, dos años antes que Ray partiera, le compuso una canción titulada: Fuck me, Ray Bradbury. Mi único objetivo académico es que algún día mis alumnos estén tan calientes por los libros como Rachel. El día en que dejen de preguntar quién es Ray Bradbury y empiecen a pedirle que les folle la mente, habrá terminado mi misión.



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